En su Teoría de Extremadura, el escritor Pedro de Lorenzo (Casas de Don Antonio, 1917 - 2000), tan ensalzado en vida (una docena de calles llevan su nombre en nuestra región) como olvidado tras su muerte (lo prueba la nula resonancia de su centenario), quiso sintetizar, desde su retiro en Valencia de Alcántara, las «notas fundamentales» del carácter extremeño, que para él serían «cultura fronteriza, dominio de los contrastes, y soledad -soliloquio-como constante histórica».

Nuestra situación periférica y nuestra escasa población siguen siendo motivo de lamentaciones en el muro de Facebook o en el debate político. Sin embargo, visitantes foráneos lo ven de otra manera y la prestigiosa hispanista checa Anna Tkácová, que ha recorrido cada rincón de España, afirmaba que Extremadura le pareció «la comunidad autónoma más interesante, más auténtica, más bella de todas».

Hay motivos para decir, como repiten algunos, que «aquí se vive muy bien», como que la nuestra sea, con diferencia, la región con la tasa más baja de criminalidad, o que Cáceres y Badajoz aparezcan regularmente como dos de las mejores ciudades para vivir.

Los datos macroeconómicos engañan, y cuando alguno se echa las manos a la cabeza al ver que seguimos siendo la región con ingresos más bajos, debería recordar lo que cuesta vivir aquí y en Madrid.

Lo mismo para el deplorable nivel de desempleo, pues no es lo mismo estar en paro en Torrecillas de la Tiesa o en Ruanes, con gastos mínimos y la solidaridad de familiares y amigos, que en Valencia o en Madrid, donde el dinero se esfuma a velocidad de espanto. «El pueblo extremeño es sosegado, acaso melancólico, nunca triste o sombrío, árido ni estéril», decía Pedro de Lorenzo.

De la laboriosidad de los extremeños, de lo bien que trabajan, están hechas la prosperidad de Madrid, Vizcaya o Barcelona, y la pena es que, salvo algunos pueblos y comarcas aislados, no hayamos sabido crear un entramado más sólido de actividad productiva que no precise del continuo abono público.

No es momento para debatir si una refinería o una mina de litio son lo ideal para generar ingresos, aunque me temo que quienes se opusieron con vehemencia a esas iniciativas no prescinden ni de la gasolina ni de los móviles: que los produzcan en otros sitios, deben pensar, y nos los den hechos.

La realidad es que no está la cosa como para rechazar proyectos que generen empleo cuando el éxodo juvenil es una grave amenaza para Extremadura y que éste no cesa, incluso se produce antes. Se oyen frases como que «Cáceres está muy bien para vivir, pero a los dieciocho años te tienes que ir» y muchos padres prefieren que sus hijos estudien en Sevilla o Salamanca que en Cáceres o Badajoz.

Revertir esa tendencia, crear un entorno en el que los jóvenes sean vistos como los profesionales del futuro y no como mano de obra barata, es uno de los mayores desafíos de Extremadura.