Si el presidente de la Junta pretende que el resto de España se entere de que el 8 de septiembre se celebra el Día de Extremadura y de lo que aquí se piensa sobre la articulación territorial de España, a fe que lo consigue. No es la primera vez que Rodríguez Ibarra emplea la tribuna del Teatro Romano, tras entregar la Medalla de Extremadura, para manifestarse sobre el Estado autonómico. Con el consiguiente griterío posterior como, según era previsible, ha ocurrido en esta ocasión.

Con independencia de las imágenes crudas sobre la rapiña de las regiones y las verdaderas intenciones cuando un rico llama a un pobre a su mesa, el jefe del Ejecutivo regional criticó con acierto que muchos políticos nacionalistas parecen vivir encerrados con el único juguete de lo que ellos denominan ´el problema de España´, olvidando lo que debiera ser su obligación primera: ocuparse de los problemas de los españoles. Frente a esta situación, es saludable que en el resto de la nación se sepa que desde Extremadura no se tiene ningún problema con España. Al revés, para Extremadura España no es un problema; es la solución.

Pero precisamente porque aquí nadie ve a España como problema --y por eso desde Extremadura sorprenden las reacciones a palabras sensatas--, Rodríguez Ibarra también debió ocuparse de los problemas de los extremeños en discurso tan señalado. Hacerlo no es sólo una reclamación justa de la oposición, sino la natural aceptación del imperio de la realidad y una muestra de que el presidente de la comunidad no pierde ocasión de encarar los asuntos que empañan el futuro de la región.

Imaginamos el futuro, dice la campaña institucional del Día de Extremadura. Para muchos extremeños --infinitamente para más que en febrero de 1983, cuando nació Extremadura como autonomía-- ese futuro es halagüeño, pero para otros --por poner dos ejemplos, para los más de 57.000 parados o para ese 46% de adolescentes que empiezan 3º de la ESO y no acaban con éxito la enseñanza obligatoria-- el futuro que podemos imaginar no se corresponde con los sueños. Estos son problemas que tenemos los extremeños y es Rodríguez Ibarra el mejor de nuestros gobernantes para encararlos porque así, y con creces, lo han decidido los ciudadanos de esta región. Si Extremadura se precia, tal como proclamó Clotilde Prieto al recoger la medalla otorgada a los Jedes, de que hemos preferido caminar más despacio para no dejar a nadie en la cuneta, qué mejor ocasión que el Día regional para recordar que hay gente en la cuneta que necesita de todos para que se incorpore al futuro imaginado.

El 8 de septiembre es también el día de los símbolos. Y Guadalupe lo es mucho antes de que Extremadura fuera autónoma. Por eso no sólo es pertinente sino, como dijo Ibarra , necesario reivindicar la inclusión del Monasterio en el territorio eclesiástico extremeño. La reacción del arzobispo de Toledo tildando de injerencia esa reivindicación sólo cabe calificarla de desproporcionada.