TPtodríamos celebrar el Día sin Estatuto, aunque me consta que el experimento puede ser peligroso y carece de antecedentes. Consistiría tan memorable jornada en un silencio absoluto respecto a los trabajos, premios, reformas, evoluciones y rectificaciones del Estatuto. Ni en la prensa, ni en la radio, ni en la TV podría leerse, oírse o verse nada, absolutamente nada, que estuviera relacionado con el Estatuto. Una jornada en la que Maragall hablara del pirineo leridano, y Artur Mas de la tramontana, y Rubalcaba del colibrí, e incluso Carod se refiriese a los castellets.

Una jornada difícil, claro, tan embarazosa como un programa del corazón en que no se aludiese a chulos, zánganos, barraganas y señoritas de moral distraída en general, pero que por lo rara e insólita creo que merecería la pena. Más aún: debemos prepararnos para el futuro. Y supongamos que, en el futuro, el Estatuto se aprueba. Si se aprueba, habrá comentarios, apostillas, interpretaciones, aclaraciones, glosas y demás, pero llegará un momento en que el Estatuto, una vez aprobado, ya no dará más de sí.

Teniendo en cuenta que el presente será pasado, cuando llegue el futuro, y que el presente está inmerso en la discusión de los avatares y eventualidades del Estatuto, llegado el día siguiente a su aprobación, ¿no surgirá un síndrome de abstinencia? Después de tanto tiempo hablando del Estatuto, ¿no produce vértigo imaginarse la etapa siguiente? ¿No deberíamos prepararnos con un Día sin Estatuto? Cuesta imaginárselo, claro. Es más: a algunos les parecerá imposible. A mí mismo me parece uno de esos sueños irrealizables.

*Periodista