El desafío soberanista que estamos viviendo se recordará siempre como uno de los acontecimientos más aciagos de nuestra historia reciente. Aunque la mayor parte de la población catalana está demostrando una gran responsabilidad, asistimos por parte de una minoría a una loca orgía independentista en la que los fanáticos de la secesión parecen embriagados por los efluvios de la causa. Con la subversión por bandera, la mentira como arma, el secesionismo por meta y, sobre todo, con una atmósfera opresiva contra todo lo español, se desafía la legalidad constitucional. Y frente a esta fractura social, los medios públicos de comunicación catalanes y un gran número de medios privados, se muestran ignominiosamente complacientes con las locuras soberanistas.

Estas prácticas recuerdan tiempos pasados que conviene siempre tener presente para no repetirlos. El adorno de muros con fotografías de políticos, la distinción con pintadas de negocios de personas no afectas a la causa, la toma de las calles para imponer el credo secesionista, el adoctrinamiento y utilización de niños con fines separatistas, la exaltación de la pureza de la catalanidad, la persecución de símbolos españoles, la necesidad de que extranjeros y ciudadanos de Cataluña tengan que dar muestras de catalanismo y se vean compelidos a colocar la estrellada en sus establecimientos y balcones para demostrar su patriotismo, son hechos que tienen gran similitud con regímenes totalitarios de nefastos recuerdos.

Frente a acciones tan antidemocráticas ningún ciudadano debería ser equidistante. Por eso no se entiende que, frente a esta disparatada exaltación de insolidaridad, políticos, intelectuales, trabajadores, fuerzas progresistas y sindicatos catalanes, salvo honrosas excepciones, hayan mostrado y muestren una débil oposición, cuando no una humillante claudicación.

Cataluña en los últimos tiempos viene gobernada por una de las clases políticas más mediocre y corrupta de toda Europa. Sus políticos, para su ascenso personal, no han dudado en infringir la ley y subvertir el orden establecido. Se han olvidado de la mayoría de los ciudadanos y se ha gobernado de modo sectario. Han dilapidado recursos con fines secesionistas y han recortado gastos en sanidad o educación, castigando en mayor medida a las clases más necesitadas.

Lo que más llama la atención es que en este juego antidemocrático hay un componente difícil de entender: las movilizaciones independentistas se han visto aderezadas, no solo de banderas estrelladas, sino de banderas bolcheviques y blasones antisistema. Y todo ello con la complacencia y apoyo de una insolidaria burguesía catalana, ávida de alcanzar un enriquecimiento mayor en esa utópica independencia. Ideológicamente, más que un disparate, es una contradicción: la derecha burguesa más reaccionaria de Cataluña converge con la extrema izquierda y los movimientos antisistema. Desde luego, si algún día llegan a la tierra de promisión, será interesante ver qué modelo de convivencia implantan.

La democracia descansa en la supremacía de la ley. En un Estado de Derecho los conflictos se resuelven mediante procedimientos jurídicos. Otra solución nos lleva al caos y a la incivilidad. Esperemos que vuelva la razón, la cordura y el seny catalán, y se destierre esa enloquecida pasión alentada por abyectos gobernantes. La legalidad es el único camino.