XFxrente a la teoría del choque entre civilizaciones han aparecido propuestas de "diálogo" y de "alianza" entre civilizaciones. Es evidente que para que sen den condiciones de alianza tiene que haber previamente diálogo. Pero diálogo con logos, con conocimiento del otro o de los otros. De lo contrario estaríamos ante uno o varios monólogos, cuyo logos es el propio de cada uno, que se considera superior y tiende a imponerse a los otros.

Esta especie de debate, entre los que creen inevitable el choque de civilizaciones y los que intentan ofrecer un diálogo para conformar un orden internacional nuevo, es la consecuencia del cambio de era iniciado al caer el muro de Berlín. El siglo corto --el XX--, cuyo comienzo se ha situado en 1914, con la primera gran guerra, tocaba a su fin aquella noche de noviembre de 1989. Los acontecimientos se sucedieron con enorme velocidad, espoleados por la revolución informacional en curso. En 1990, el Pacto de Varsovia estaba superado. Uno tras otro los regímenes comunistas del centro y este de Europa se desmoronaban.

A mitad de año, se desencadenó la crisis de Irak, como consecuencia de la invasión de Kuwait. Una gran coalición internacional, encabezada por EEUU e incluyendo a la URSS, con el respaldo de las resoluciones del Consejo de Seguridad, desaloja a los iraquís de Kuwait e inflige una derrota definitiva a su Ejército en los primeros meses de 1991. Todavía en ese año se celebró la Conferencia de Madrid entre árabes e israelís, que pretendía poner fin a ese complejo conflicto. Estábamos a primeros de noviembre y Gorbachov era aún el interlocutor de George Bush , como presidente de la URSS. Sería el último encuentro en la cumbre entre ambosos dos mandatarios, porque semanas después cayó Gorbachov y se deshizo la URSS. En este contexto histórico empieza a abrirse camino la teoría del choque de civilizaciones, aunque Bush, como candidato a la presidencia de EEUU, basaba su campaña en la apertura de una época nueva en la que cobraríamos "los dividendos de la paz", desaparecida la política de bloques. Europa empieza a perder importancia estratégica para EEUU, porque deja de ser el hinterland de contención frente a la amenaza del extinto Pacto de Varsovia. Se contemplan otros escenarios de conflicto.

Pero volviendo al diálogo frente al choque, tengo la impresión de que se trata más de religiones y culturas que de civilizaciones. Diferencias religiosas y culturales que preexistían a la división del mundo en bloques ideológicos, característica del siglo XX, como los nacionalismos irredentos que salen al escenario de la crisis multipolar en la que entrábamos. La clasificación de civilizaciones de Huntington no parece muy sólida para fundamentar su teoría del choque de civilizaciones.

Por ejemplo, la contraposición entre una civilización judeo-cristiana y otra islámica presupone una proximidad entre cristianos y judíos que la historia no muestra, salvo en los últimos 50 años. La persecución de los judíos en el mundo cristiano ha sido encarnizada durante siglos, en mayor medida que en cualquier otro espacio cultural del mundo.

También cabe preguntarse si los conflictos del siglo XX han tenido algo que ver con enfrentamientos entre civilizaciones distintas como las descritas, o, sin excepción, se han producido en el seno de esas civilizaciones. Las dos guerras mundiales desencadenadas en Europa y entre europeos, con la misma matriz civilizatoria, o los choques en las zonas de rozamiento de la guerra fría, sea en Vietnam, en Centroamérica o en Africa, responden a luchas por la hegemonía mundial y no a enfrentamientos entre civilizaciones diferentes y por el hecho de serlo.

Así podríamos ir considerando la naturaleza de los conflictos para llegar a la guerra iraquí contra Irán, o la de Ruanda y Burundi, más un largo y sangriento etcétera, sin ver trazos de civilizaciones enfrentadas, según la teoría al uso. Desde esta perspectiva, lo difícil es encontrar un conflicto que podamos encajar en la clasificación de choque de civilizaciones que parece amenazarnos en el nuevo siglo. La aproximación puede desconcertarnos ante el diálogo que nos proponemos, pero no creo que sea ociosa si queremos analizar nuestras diferencias culturales o religiosas y los elementos potenciales de riesgo de enfrentamiento entre nosotros. La aceptación simple de teorizaciones brillantes comporta el riesgo de alimentar la dinámica de las profecías que se autocumplen, se hagan o no con ese propósito.

El resultado deseable del diálogo sería encontrar y definir los puntos de encuentro que nos acerquen entre las culturas y las religiones, excluyendo los específicamente teológicos, aquellos que afectan a lo que los creyentes de las religiones del libro llaman "trascendencia de la inmanencia". De este esfuerzo de comprensión del otro y de objetivos que nos acerquen puede depender la configuración de un orden mundial superador del grave desorden internacional en que vivimos.

A pesar de las quiebras y del porcentaje, aún mayoritario, de sistemas autoritarios, la democracia es un valor en alza para ordenar la convivencia y gobernar de acuerdo con la voluntad de los ciudadanos. Pocos países rechazan esta idea aunque la tergiversen. Pero la democracia no se impone por la fuerza, ni es una ideología más o menos totalizadora. Puede adoptar formas distintas y, si me lo permiten, grados de realización diversos. Por tanto es razonable que nos preguntemos si la democracia de los ciudadanos es compatible con una religión de Estado.

Los que creemos que la democracia como sistema se fundamenta en la ciudadanía, y que ésta implica el reconocimiento a cada individuo, sin discriminación, de derechos que incluyen la libertad de creencias, nos inclinamos a pensar que la religión de Estado puede devenir en limitación de la libertad personal de los individuos que no la comparten. Por eso preferimos que el Estado --que nos representa a todos-- no tenga confesión alguna. Por cierto que la propia definición no deja de ser inconsistente, porque el Estado no es sujeto de creencias.

El problema no es el carácter dogmático de la religión, porque no hay religión sin dogma. Incluso el laicismo militante tiende a dogmatizar. Lo grave es considerar la creencia religiosa como condición de ciudadanía, porque esta interpretación lleva, inexorablemente, aunque se trate de matizar, a una democracia excluyente del que no comparte la definición religiosa del Estado. Hay que explorar otras interpretaciones que sean compatibles con el respeto estricto a la condición de ciudadanía y de libertad de creencias. Si el Estado se define como cristiano, musulmán o judío, pero garantiza la no discriminación, es decir, la igualdad ciudadana de los no creyentes o de las otras creencias, no podríamos hablar de incompatibilidad. Aunque esto forma parte del núcleo duro de todo diálogo entre culturas y religiones, otros factores de riesgo aparecen más evidentes en nuestras sociedades y las relaciones internacionales.

Los flujos migratorios plantean problemas de respeto cultural o religioso, y, además, límites de cantidad integrable o de ordenamiento razonable que evite el tráfico de seres humanos. La multiculturalidad de las sociedades desarrolladas es siempre cuestionada, a la vez que inevitable para ordenar la convivencia. Sólo una orientación nos puede servir para la tarea. Integrar y educar desde la concepción de una ciudadanía democrática válida para todos.

Más allá de este escenario, la verdadera amenaza para un nuevo orden internacional es el terrorismo global y junto a ella las tensiones que se producirán entre los distintos países por la escasez de oferta energética.

*Expresidente de Gobierno