Decía Castiglione que no hay maldad tan mala como la que nace de la semilla del bien. Y ahora, al borde del precipicio, muchas voces reclaman diálogo, esa palabra bella, pero que, usada de modo interesado, vale para cualquier cosa, incluso la más inconfesable.

El diálogo es el fundamento del teatro, y qué es sino una gran performance esta a la que estamos asistiendo, cada vez con el ánimo más encogido, temiendo la mayoría que termine en una tragedia a la que, por desgracia, no le encontramos nada de purificadora.

El diálogo es intercambio de ideas entre dos o más personas. En los libros de texto se suele clasificar en oral y escrito, y a menudo los maestros, cuando en clase organizamos debates para practicar la fluidez verbal de nuestros chicos y otros valores más importantes, les apuntamos unas normas para contrarrestar el nefasto ejemplo de las espantosas tertulias de la telebasura. Estos atrevidos preceptos se resumen en respetar al que habla, expresarse en tono adecuado, no discutir todos a la vez, saber escuchar antes de responder, pensar en lo que dicen los demás y admitir las opiniones de los otros.

No es verdad que se pueda dialogar de todo. Nadie lúcido admitiría diálogos sobre la honra de sus padres o sobre la conveniencia de la corrupción. Así que sin entrar en el hecho crucial de que se pueda dialogar sobre algo ilegal, procede apuntar cómo algunos de los que últimamente con más insistencia reclaman el diálogo y piden mediación, han incumplido tan a menudo los principios básicos que lo rigen, que de entrada parecen inhabilitados para exigirlo y mucho menos para protagonizarlo. Por ejemplo, la alcaldesa de Barcelona que exhorta a Rajoy a dialogar, después de llamarle cobarde, el inefable Rufián que antes de empezar dialogar con los que se movilizaron el 8 O les niega el título de catalanes o el incoherente Iglesias que rechaza la interlocución del PP, sin más. Por no citar a Puigdemont, amonestando al rey como si este se tratara de un chiquillo desmandado

Si este es el grosero diálogo que propugnan, más vale ni empezarlo.