Cuando era niña, deseaba ser profesora y me ilusionaba con la idea de ayudar a otros a aprender. En el instituto dudé qué senda tomar y, al final, decidí perseguir ese sueño: me esforcé enormemente en el instituto y la facultad, saqué buenas notas, aprobé la oposición de Secundaria y, entonces... me di de bruces con la realidad: desde que soy profesora me han pinchado una rueda, tengo que justificar continuamente mis decisiones ante alumnos, padres, instituciones e incluso compañeros, luchar diariamente para captar la atención de mis alumnos, algunos de los cuales me faltan al respeto diariamente: me gritan, me miran con sorna y desatienden mi órdenes; me han insultado y amenazado; lucho contra la incomprensión de una sociedad que no entiende que ella también es y será víctima de lo que sucede en los institutos. Me llaman holgazana y quejica porque disfruto de muchas vacaciones, soy funcionaria y dispongo de un buen salario, cuando yo daría la mitad de mis vacaciones si mis condiciones laborales fueran las adecuadas. Y, lo peor de todo, es que debo sentirme afortunada porque la violencia que he sufrido por parte de los alumnos ha sido, hasta ahora, de baja intensidad.

Así todo, intento no perder la ilusión, las ganas de trabajar: he participado en el Taller de Teatro, en el de Prensa, en un proyecto de animación a la lectura, he dedicado muchas horas a la biblioteca del centro, he estado en pleno agosto preparando actividades para un proyecto de adquisición de destrezas lingüísticas..., pero voy perdiendo energía, empiezo a zozobrar, como un barco a la deriva en riesgo de naufragar. Empiezo a pensar que me equivoqué cuando elegí mi camino vital.

Veo a compañeros, a los que estimo y considero excelentes profesionales, desmotivados, estresados, infelices, resignados, y me duele; veo que mi equipo directivo está agotado, y me duele; veo que los alumnos están perdidos, confundidos, cada vez más violentos, víctimas de ellos mismos; y me duele; veo unos adolescentes que no respetan a sus padres y banalizan el consumo de drogas y alcohol, y es lo que más me duele. Me sangra el corazón y me chirría la razón. Esto no era con lo que yo soñaba cuando era TAN inocente.

Sonia Arboleya **

Profesora de Secundaria