Pocos recuerdan ya el diagnóstico que ofrecían las relaciones entre Extremadura y Portugal hace ahora diez años. Utilizando el símil médico, en aquel entonces se podían calificar de estables dentro de la precariedad los lazos económicos, culturales y sociales a uno y otro lado de la frontera. Pero algo ha cambiado en estos diez últimos años. Y han sido las administraciones, las empresas y la sociedad civil cómplices durante estos años de un acercamiento que no hace más que mejorar los niveles de desarrollo de ambas áreas. Pero si de justicia se trata a la hora de hacer balance, resulta obligado destacar la labor que el Gabinete de Iniciativas Transfronterizas ha desarrollado desde su creación. Lo suyo y lo de sus responsables ha sido una labor callada, sin alharacas, pero sin duda determinante como sutil fórceps de unas relaciones transfronterizas ya consolidadas en su proyección.

Los extremeños nos hemos quitado la caspa a la hora de entender unas relaciones que antaño no iban más allá de puntuales excursiones al otro lado de la raya, compras de toallas y poco más. Ahora, cada vez es mayor el flujo comercial y nuestros vecinos comienzan a vernos como un puente para acceder a España. Eso ya es un éxito.