Los resultados de las elecciones ponen de relieve que tenemos a la vista un difícil y tortuoso camino con graves problemas que hay que resolver con urgencia. El ciudadano tiene la impresión de que los líderes políticos han estado filosofando en la pasada campaña electoral y se han olvidado de lo esencial. Ahora, ya que no se ha hecho antes, toca hablar menos y solventar las cuestiones más vitales.

Durante la pasada campaña electoral se han soslayado las necesidades más acuciantes de los españoles. Ha habido excesivos eslóganes y demasiadas promesas etéreas, cuando no, imposibles. Y la verdad es que los españoles han votado sin saber a ciencia cierta cómo va a resolverse el problema de la deuda pública (la mayor de la democracia); cómo van a financiarse las comunidades autónomas para atender su afán insaciable de gasto; hasta cuándo será posible mantener el sistema público de salud o las pensiones, y -no menos importante- con qué medios o recursos contamos para resolver los graves problemas del desempleo, entre los que se encuentra la penosa situación de nuestros jóvenes, o, por citar un ejemplo más, cómo va a dotarse de más austeridad y transparencia a la vida pública para acabar de una vez por todas con tanta opacidad y corrupción.

LO QUE LE ha faltado a esta campaña electoral ha sido una explicación sincera de lo que debe ser la acción política desde criterios más éticos y creíbles. La pelea de gallos en que se ha convertido la escena pública se aleja mucho de lo que se espera del sistema democrático, si no queremos convertirlo en una mera lucha por el poder.

Se ha echado de menos, en primer lugar, que se explicaran claramente a los ciudadanos las medidas que van a ponerse en práctica para alcanzar alguno de los pomposos objetivos anunciados en los programas electorales de los partidos. En segundo lugar, ha faltado igualmente que, desde una óptica de regeneración, se asumieran los comportamientos ilegales o inmorales de los miembros de cada partido político sin hipocresía y sin delegar en otros responsabilidades o ampararse en la traición de los hombres de confianza.

Y, POR ULTIMO, también se ha echado en falta una explicación nítida de las intenciones con las que se van a tomar algunas decisiones claves para los españoles, distinguiendo con suma claridad lo que son apetencias personales o sectarias de lo que constituyen los verdaderos intereses de la nación. En definitiva, estamos ante un angosto camino y es la hora de saber cómo van a acometer nuestros políticos la acción de gobierno.