Las 48 horas transcurridas desde el trágico accidente del avión de Germanwings en los Alpes apenas han arrojado luz sobre las causas del siniestro y han confirmado que estamos ante un caso infrecuente. Porque no es en absoluto habitual que un avión que cumplía los estándares de navegación, que había superado los estrictos controles periódicos y que volaba en buenas condiciones atmosféricas se estrelle sin antes haber podido establecer comunicación con los centros de control en tierra. Pero una vez descartada por los expertos la hipótesis de una explosión a bordo --lo que a priori también parece excluir la posibilidad de un atentado--, la causa real no podrá establecerse hasta un detallado análisis de las cajas negras, solo una de las cuales ha sido recuperada. Aunque esta falta de datos sobre el desencadenante de la tragedia cause desasosiego, hay que respetar los protocolos aeronáuticos y esperar que la investigación llegue a conclusiones verificadas y contrastadas. Los ciudadanos tienen derecho a conocer la verdad de lo sucedido, y las autoridades, la obligación de no ocultarla. El siniestro no se puede cerrar en falso mediante explicaciones apresuradas para aplacar la inquietud de las opiniones públicas, porque eso sería letal para la credibilidad de la navegación aérea y sembraría dudas sobre la seguridad de los vuelos. Pero saber con certeza lo sucedido en el desastre de los Alpes es indispensable para poder extraer lecciones con las que mejorar la seguridad de la aviación comercial.

Más difícil resulta pedir serenidad a los familiares de las víctimas ante la dificultad que presenta el rescate de los cuerpos de los fallecidos, porque su dolor es muy vivo. Pero deben admitir la realidad: llegar al lugar del accidente no es fácil, y sobre todo, en todos los casos habrá que recurrir a pruebas de ADN para la identificación de los restos, si esto es posible. Lo que cabe esperar es la máxima profesionalidad y rigor de los expertos franceses encargados de esta labor, a los que auxiliarán agentes españoles. Será otra oportunidad de comprobar la colaboración que estos días exhiben dirigentes a menudo distantes o enfrentados, como es el caso de Mariano Rajoy y Artur Mas. Los políticos están a la altura. Por contra, algunos individuos escupen odio anticatalán en las redes sociales a raíz del siniestro. Un insulto intolerable a los muertos y sus familias.