WEw l terror sigue cebándose en las mujeres. Isabel Motos, que apareció ahorcada en su casa de María, en Almería, podría elevar a 53 las víctimas por violencia doméstica en España en lo que va de año. La cifra supera a la del mismo periodo del año pasado y del 2004. En el caso de la comunidad autónoma extremeña, sólo se ha registrado un caso en lo que va de año, con lo que la región se sitúa a la cola de España en este asunto.

Estos datos chocan con la entrada en vigor, en enero del 2005, de la ley de violencia doméstica, la primera en Europa de esta naturaleza. Es evidente que la aplicación de la norma requiere unos medios policiales --harían falta, según los sindicatos, unos 12.000 agentes exclusivos para proteger a las víctimas-- que hoy no tienen una dotación presupuestaria suficiente. Pero también lo es que el problema de la violencia de sexo va mucho más allá de los efectos inmediatos que pueda generar la aplicación de dicha ley.

El maltrato sigue siendo percibido como algopropio de la intimidad del hogar, contra lo que, por dependencia emocional, económica o, sobre todo, por miedo, se hace imposible luchar. Así lo demuestra el hecho de que solo 15 de las fallecidas habían presentado denuncia, lo cual subraya que tan importante es tener controlados a los agresores como hacer entender a las mujeres que el riesgo que corren es extremadamente alto. Y no solo para ellas, sino también para sus hijos o familiares. Además, tal y como dijo la secretaria general de Políticas de Igualdad, Soledad Murillo, los jueces tienen que prestar más atención a los instrumentos jurídicos y materiales de que disponen: es urgente que desaparezcan, o por lo menos se reduzcan, las constantes violaciones de las órdenes de alejamiento por parte de los agresores.

Nadie dijo que la ley contra la violencia domésticafuera una varita mágica que acabaría inmediata y definitivamente con el problema, por lo que, teniendo en cuenta que fue aprobada por unanimidad, carece de sentido que se convierta en un arma de discusión política que deje en un segundo plano el verdadero problema. Es cierto que hacen falta más tiempo y más medios para que los efectos de la ley sean asumidos por la sociedad. Sin embargo, el machismo sigue siendo el verdadero problema de fondo de la violencia de sexo.

Por esta razón es imprescindible el trabajo en las escuelas: hay que diseñar un currículo educativo que haga entender a los más jóvenes que el amor no es sinónimo de sumisión y que el afecto no lo es de dependencia. Si es cierto que la violencia engendra violencia, no podemos dejar que la sociedad --y muy especialmente, los niños-- asuma el maltrato como algo normal. Y, sobre todo, porque es necesario que aprendan y trabajen para que, en pleno siglo XXI, ser mujer no continúe siendo algo tan difícil y peligroso.