TEtl general Pinochet , mientras organizaba una dictadura que hiciera más felices a los chilenos, iba amasando una fortuna que se acumulaba en unas cuentas secretas de un banco estadounidense. El llorado Arafat , tan palestinamente patriota, amasó cientos de millones de dólares, procedentes de las ayudas internacionales. El padre intelectual de la Constitución Europea, que se someterá a votación, Valery Giscard D´Estaing , aceptó unos regalitos, cosa de nada, unos diamantes procedentes de un dictadorzuelo, llamado Bokassa , que seguramente le permitieron la tranquilidad espiritual para redactar el texto constitucional europeo. El presidente italiano, Berlusconi , zigzaguea por los enjuiciamientos criminales, e intenta cambiar las leyes para evitar condenas carcelarias. Pero el ejemplo cunde. El Sindicato Nacional de Transporte Aéreo Italiano, cuando se detuvo a 10 empleados por saquear maletas en el aeropuerto de Milán, los defendió con desparpajo aduciendo que no ganaban demasiado dinero y que trabajaban muchas horas. Desde luego, si estos trabajadores hubiesen sido presidentes de una república, terroristas ilustres o generales golpistas, habrían podido robar muchísimo más.

Hay mañanas en que se percibe la deprimente impresión de que la gente no roba más sencillamente porque no puede. No todo el mundo tiene la oportunidad de utilizar fondos reservados o de ocupar un puesto en el que las decisiones, más o menos arbitrarias, puedan ser corruptamente compensadas. Y, sin embargo, queda todavía una silenciosa mayoría honesta que, contra viento y marea, proporciona en la empresa privada y en la función pública una permanente lección de honestidad. Eso sí, escasamente recompensada. La honestidad llama mucho menos la atención que la riqueza. El rico es un triunfador, y el pobre es un honesto perdedor. La pervivencia de esa doctrina arruinó Argentina. Sería momento de reflexionar e impulsar iniciativas para que no nos suceda lo mismo.