TCtuando hace unos días supimos que los ritos de apareamiento de los socialistas navarros (PSN) con los nacionalistas vascos de Nafarroa Bai sólo eran mera escenificación, porque los primeros ya tenían asumida la imposibilidad de ponerse de acuerdo.

Fue tan excesivo el discurso de UPN-PP durante la campaña respecto al supuesto entreguismo del PSOE ante los nacionalistas vascos, que Rodríguez Zapatero se ha visto obligado a desmentir a los Rajoy, Sanz, Acebes, Del Burgo y compañía. Pero ha podido arreglárselas para hacer de la necesidad virtud. La necesidad de eliminar cualquier sombra de duda a escala nacional que habría perjudicado su causa electoral en las generales de marzo. La virtud de acreditar, una vez más, su fe en una Navarra entera y verdadera, no amenazada por las delirantes ideas anexionistas del nacionalismo vasco.

Es decir, que pactar con Nafarroa Bai el Gobierno de Navarra es lo último que hubiera hecho en esas condiciones el presidente del Gobierno. No obstante, la carga de su prueba de fe en la identidad propia de Navarra no debe ser tan pesada como para llegar al apareamiento con UPN. Eso ya es harina de otro costal.

Ahí estamos. Ahora la pelota está en el tejado de UPN. Al todavía presidente en funciones le toca jugarla, conociendo de antemano la cerrada negativa de los socialistas al acuerdo. La posición de éstos se encierra en una sencilla pregunta: ¿cómo pactar con el partido que hasta hace mes y medio nos estaba acusando de negociar en secreto el futuro de Navarra con ETA? La pregunta se la hacen en Navarra (Puras) y en Madrid (Zapatero) y nos da una pista sobre lo que seguramente va a ocurrir en los próximos 30 días, que es la prórroga decretada por la presidenta del Parlamento regional para tratar de encontrar una fórmula de gobernabilidad antes del 18 de agosto.

Los socialistas, en resumen, han dejado a Miguel Sanz solo ante el peligro. Porque las dos opciones que tiene son igual de peligrosas. O presidir un gobierno débil o repetir las elecciones.