TNtadie puede sostener seria y honradamente que alguno de los gobiernos democráticos de este país haya actuado de forma consciente en contra de la voluntad social. Se habrán podido equivocar, habrá habido 23-F, GAL o guerra de Irak y lo cierto es que las equivocaciones se han pagado después en las urnas. Rodríguez Zapatero entró en la Moncloa como presidente entre sonrisas y talantes, pero con una idea clara que fuimos descubriendo poco a poco: era necesario hacer la segunda transición. Y apostó fuerte. Nadie o muy pocos terminan de entender por qué esa necesidad que al parecer sólo existió en un principio en la cabeza del ZP y que poco a poco ha ido calando, convenciendo o imponiéndose entre los líderes del PSOE.

Pero ahora la gran cuestión es el terrorismo, los pactos secretos desmentidos y afirmados por cada bando, la desconfianza que empieza a ser el denominador común entre la gente normal que vota en las elecciones, una prisa que nunca nadie entendió, unos silencios que no se comprenden y unos comunicados lacónicos y sin derecho a preguntar. Algo pasa en las negociaciones o como quieran llamarlas y, lo que es peor, algo debió pasar a espaldas de todos que ahora sacan a la luz Otegi y el diario Gara . Ya sabemos que el Gobierno no hace ningún comentario sobre lo que diga ETA, pero cuando ETA y Otegi coinciden en 24 horas en tantos y tan graves asuntos, tal vez el pueblo se merezca algo más que una simple y lacónica declaración.

El dilema de ZP es de los peliagudos y solo se vislumbran dos soluciones: acelerar aun más o frenar lo que tal vez empezó demasiado rápido. El problema es compartir el acelerador con la sinrazón y saber que tras el freno hay siempre una pistola. Ojalá lo que decida el presidente sea lo acertado; todos nos jugamos demasiado.

*Periodista