Pienso que las creencias religiosas pertenecen al ámbito privado, a la esfera íntima de las personas y que intentan imponer unas ciertas creencias a los demás no es de recibo. Dicho esto, también creo que es muy conforme a la naturaleza humana compartir ideas y creencias. Las personas creyentes tienen el mismo derecho que los no creyentes a proponer su modo de vida y su fe a la sociedad, a influir en las leyes. El laicismo, bajo el pretexto de defender la libertad y la democracia, pretende expulsar a Dios de la vida pública encerrándolo en las sacristías y los hogares. La reacción que se está produciendo ante esto me resulta muy interesante. Si hace algunas semanas escribí sobre una campaña publicitaria en autobuses bajo el lema "Probablemente Dios no existe", hoy me desayuno con la noticia de que algunos autobuses de Madrid circulan con carteles publicitarios que dicen "Dios sí existe. Disfruta de la vida en Cristo". Entonces di la bienvenida a la iniciativa atea, hoy se la doy a la evangélica. No me gusta que estos temas sean carne de valla publicitaria, sin embargo creo que ambas iniciativas puedan actuar de catalizadores y animar a las personas a plantearse el tema de Dios en sus vidas. Los laicistas manifiestan repetidamente su pretensión de arrinconar a Dios y expulsarlo de la vida pública, sin embargo más bien parece que estén consiguiendo el efecto contrario al deseado. Es verdad que de vez en cuando consiguen retirar algún crucifijo de un aula, arrasar con un Belén en un espacio público o fastidiar a los niños de un colegio público sin villancicos en el festival de Navidad. Con ello están brindando múltiples ocasiones para hablar de Dios y que mucha gente se plantee algo que tenían olvidado.

Anibal Cuevas **

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