Profesor

El día 27 de abril de 1869, don Emilio Castelar, cuatro años antes de convertirse en presidente de la primera República española, cuando como diputado a Cortes hacía gala de sus inigualables dotes oratorias, pronunció el histórico discurso iniciado con: "Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan; pero hay un Dios más grande, más grande todavía, que no es el majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario..."

Desde entonces ha llovido, la humanidad ha progresado, los debates en el parlamento pueden seguirse por televisión y los políticos tienen unas posibilidades como nunca antes sospecharon de trasladar sus palabras sin intermediarios a la ciudadanía. Y las aprovechan. Por ejemplo, el actual presidente del Gobierno. Habla en fechas recientes a sus correligionarios, intentando insuflarles ánimos ante las próximas elecciones, e inspirado sin duda por la facilidad de palabra de su admirado Bush, les espeta: "la política no es cuestión de agitación, sino de ideas, y no de pancartas, sino de proyectos, y ahí unos estamos vestidos y otros van en pelota".

¿Coincide el amable lector conmigo en que su oratoria tampoco desmerece de la del venerable don Emilio Castelar? De modo que nadie se prive de hablar en público como le salga de las... narices. El señor presidente ha dado la venia. En esa pendiente de desprecio hacia quien no piensa como él por la que viene deslizándose desde hace meses, y que alcanzó su punto álgido cuando tildó a quienes se oponían a la salvaje guerra contra Irak de "compañeros de viaje de Sadam Husein," parece que el pudor y el sentido del ridículo no tienen cabida. En Irak ha habido, está habiendo aún, miles de muertos; la turba, posiblemente inspirada por los propios invasores para justificar la necesidad de su permanencia en las calles, se entrega al pillaje y la destrucción, y aquí aún se toma el asunto a chirigota. En el Partido Popular, según su jefe, se podría "cantar victoria, envanecernos, sacar pecho, decir, ¡y ahora qué!". Importa un bledo que ya ni se mencione el pretexto que se alegó para la agresión, les trae sin cuidado que la ONU haya quedado reducida a una asociación benéfica, que la Unión Europea se haya resquebrajado. Lo que les importa es que, según Aznar, la oposición, finalizada la guerra, ha quedado en pelota. O pelotas, si se nos permite el plural. En fin. Lamentable ha sido la guerra, irreversibles los efectos que ha causado. Pero que se diga que la oposición a ella, de dimensiones históricas y planetarias, ha sido provocada en nuestro país por intereses electorales, no hace sino reflejar crudamente la catadura moral de quienes lo manifiestan. Dios, probablemente no sea tan grande, ni en el Sinaí ni en lugar alguno, como Castelar proclamaba. De serlo, uno de esos truenos a los que se refería don Emilio haría temblar las paredes cada vez que con palabras como las que comentamos se insulta tan descaradamente la inteligencia de sus criaturas.