Esa barrera profiláctica que mediante un pacto no escrito ha mantenido durante más de 30 años a la Monarquía española al abrigo de cualquier crítica o censura, se va haciendo más permeable. Hay que celebrar la apertura de esa nueva situación de normalidad, como signo de la mayoría de edad de nuestra democracia, más que justificada en tanto que se trata de una institución pública que ostenta la Jefatura del Estado. Pero como en todo cambio de este tipo siempre hay un trasfondo de causa-efecto, no sería ocioso analizar qué ha podido ocurrir. Porque lo cierto es que han ocurrido cosas.

Así por lo bajo, en una secuencia-resumen de lo que conocemos, todo empezó con el enlace del Príncipe de Asturias con una mujer ajena a la nobleza; después, el enjuiciamiento de unos periodistas por la portada de El Jueves que suscitó reacciones y disturbios con la quema de fotos; el rifirrafe provocado por Esperanza Aguirre con el Rey; el viaje a Ceuta y Melilla, por deseo expreso de éste; el error de querer borbonear con un palabrero como Chávez , y por último, la ruptura del matrimonio de la infanta Elena .

XQUE EL SUCESORx de la Corona optara por un matrimonio por amor en lugar de los apaños al uso en las combinaciones palaciegas, solo puede ser motivo de aplauso. Que una mujer plebeya, divorciada además de otro hombre, pueda llegar a ser reina de España, parece como que socializa la Corona. Asimismo, que la infanta Elena, ante dificultades en su matrimonio, opte por la separación, demuestra que es una mujer de su tiempo. Pero ni la Monarquía, ni el sistema sucesorio-dinástico, son de este tiempo. Y es difícil negar, que el hecho de que en pleno siglo XXI unas determinadas personas solo por llevar un determinado apellido, ejerzan a perpetuidad tan altos designios, es, --como se dice ahora-- algo muy fuerte . Por eso, para ahormar una institución atávica como es la realeza, a la cohabitación con un estado moderno y democrático, cuya clave de bóveda es la igualdad de derechos, ha habido que recurrir a una serie de artificios, que cuando menos se espera, entran en contradicción con el andamiaje del sistema.

Una muestra de esto, --aunque no deba preocuparnos-- ha sido el reciente calentón entre el milenario tándem Monarquía-Iglesia, a causa del fuego amigo de los trompeteros de la jerarquía eclesiástica contra el Rey. Aquí es obligado echar mano de la memoria histórica, que nos ilustra sobre la secular tendencia de la Iglesia a considerar suyos a los reyes, a los que investía "por la gracia de Dios" en sede eclesial. Y así vemos que los intentos de ruptura de esos lazos a cargo de Isabel II , en busca de otro tipo de legitimidad al abrigo de los liberales, los pagó caro por el apoyo de la Iglesia a los carlistas. Al final capituló, y ego te absolvo de tus pecados políticos, --y de los muchos otros-- a cambio eso sí, del sustancioso Concordato de 1851, antecesor del ahora vigente. Así que cuando la patronal de J. Losantos , al tiempo que reza por el Rey, pide su abdicación porque "no cumple con sus obligaciones" el peso de la historia nos obliga a entender, que lo que hace la púrpura es recordar a la realeza su viejo amor. Y por supuesto que si le dice ven, lo deja todo.

Creo que quienes por principios no comulgamos con el sistema hereditario para acceder a la Jefatura del Estado, somos conscientes de que el Rey goza hoy por hoy de un amplio respaldo popular y que la Monarquía Parlamentaria (contradicción in terminis que diría un ilustrado) no es sentida por la ciudadanía como un problema. Por eso, están fuera de lugar ciertos recelos que la normalidad en su tratamiento informativo está causando. Y no digamos la perplejidad que causan algunos fervores neomonárquicos como el caso del compañero Peces-Barba que días pasados escribía: "La recuperación de la soberanía popular y el impulso para la vuelta de la democracia la dio el Rey . (Cita textual).

Franco murió en la cama pero la dictadura murió en la calle. Fue la sociedad española la que estuvo detrás de los políticos dándolo todo, arriesgando y empujando, hasta hacer inevitable la transición. Así que ya está bien con la broma de que el devenir del pueblo español tenga --antes y ahora-- que depender de algún salvador, o necesite ángel custodio. Que estén tranquilos tanto los fetén como los conversos ya que la sociedad española afortunadamente, ha sido capaz de meter en el basurero de la historia asonadas y destronamientos. Por eso, y porque somos latinos, --en ningún país de esa raíz y cultura anidan ya monarquías-- tenemos una gran confianza en que sin prisa pero sin pausa , la presión pacífica y benefactora del sistema democrático, vaya condicionando los comportamientos de esos privilegiados de modo que casarse con plebeyas , divorciarse, meter la pata, etcétera, al tiempo que estar visibles ante unos medios con más megapíxeles que ayer pero menos que mañana, que escrutan con despiadado realismo el más sutil gesto o pliegue del personaje, todo esto, unido a la normal libertad informativa, vaya diluyendo irremediablemente esa carga de devoción popular fruto del aura otorgada por el linaje, la leyenda y la impunidad. Y así las cosas, cuando buscando el acercamiento muestren que son y se comportan como cualquier hijo de vecino --más pronto o más tarde-- la pregunta romperá el silencio... ¿entonces por qué están ahí?

*Exalcalde de Alconchel y exportavoz del PSOE en la Asamblea