WLwa cumbre de la OTAN en Bucarest, que había sido anunciada como la más importante desde el fin de la guerra fría, se ha saldado con unos resultados modestos entre los que descuella la decisión aparentemente unánime de aprobar el escudo antimisiles que Estados Unidos se propone desplegar en Polonia y la República Checa, considerado por el Kremlin como un acto inamistoso. Pero para no irritar demasiado al presidente ruso, factótum de la energía y buen socio comercial, los líderes de la Alianza Atlántica, pese a los apremios del presidente Bush, cerraron las puertas provisionalmente a Ucrania y Georgia, dos repúblicas exsoviéticas que Moscú sitúa dentro del "extranjero próximo" y que siguen bajo influencia rusa, como corresponde al reparto inconfesado que sustituye al de Yalta de 1945.

Bush recalcó ayer, en el discurso que dio en Zagreb para felicitar a los nuevos miembros de la Alianza, que la puerta está abierta a todos los países del este europeo y los Balcanes. En la pintoresca plaza de San Marco, donde se encuentran las sedes del Parlamento y el Gobierno croatas, el presidente estadounidense afirmó que la oferta de ingreso representa "un voto de confianza" en que los nuevos miembros, Croacia y Albania, continuarán sus reformas. Un tercer país candidato, Macedonia, vio su entrada aplazada hasta que solucione la disputa sobre su nombre con Grecia.

El derecho de veto implícito concedido a Putin en cuanto a las fronteras de la Alianza levanta ampollas en los sectores europeos más sensibles a las exigencias de la libertad, relevantes en una organización que se presenta como el brazo armado de las democracias, pero se explica no solo por la inestabilidad de Georgia y la fractura histórica de Ucrania, un país irremediablemente abocado a una guerra civil larvada, sino también porque Francia y Alemania, cada día más distantes, ocultan su mala conciencia tratando de cargar las culpas sobre Bush, al que reprochan su incapacidad para resolver previamente el problema con el jefe del Kremlin.

Parecidos recelos en cuanto al envío de más tropas a Afganistán. Mientras la cancillera Merkel se escabullía para no irritar a la opinión pública alemana, el presidente Sarkozy ofreció un batallón, que no bastará para disipar la impresión de que la OTAN tiene dos varas de medir las aportaciones de sus miembros en la frontera afgana, una misión crucial para impedir que se reconstituya una plataforma capaz de exportar el terrorismo islámico a todo el mundo.

Otro aspecto de las discrepancias que debilitan la Alianza es la pretensión de Sarkozy de crear un pilar autónomo europeo de defensa, aunque sea simbólico, para endulzar el retorno de Francia a la estructura militar, última ruptura con el gaullismo. Necesitada de mejorar su estrategia, redistribuir la carga y concretar los objetivos, cuando Rusia ya no es el enemigo pero sí el contrapeso o socio en el reparto, la reforma de la OTAN queda aplazada hasta que un nuevo presidente se instale en la Casa Blanca.