Doctor en Historia

Suele ser recurrente, y más en los inicios de temporada , el recurso o apelación a la presunta discriminación de la Administración, en nuestro caso autonómica, con respecto a sus actuaciones en cada uno de sus territorios. Esto pasa porque seguimos inmersos en la dinámica mental de nuestros pequeños mundos. Nos cuesta sentir orgullo y satisfacción por los proyectos colectivos, es decir, regionales. Aparecen así hiperbolizado el sentimiento, por ejemplo de que Badajoz crece a costa de Cáceres y ésta a costa de Plasencia, y si seguimos así podemos llegar hasta el límite más mínimo de densidad demográfica.

Por supuesto que eso no evita que todos queramos hacer comparaciones, que, como dicen los tópicos, son odiosas. Y es que el paso del tiempo deja dimensionadas unas realidades más que otras. Pero lo cierto es que somos muchos los extremeños que habiendo nacido en un lugar de la comunidad, vivimos en otro y, en el colmo de la esquizofrenia, trabajamos en un tercero. ¿Qué crecimiento deberíamos reivindicar? ¿Con respecto a qué tendríamos que sentirnos discriminados?

Lo cierto es que vivimos en entornos que exigen cambios y que cada vez están mejor interconectados. Por tanto, los beneficios de unas zonas repercuten directamente en las inmediatamente colindantes y las situaciones periféricas están afortunadamente menos aisladas. El hecho de que las responsabilidades y la toma de decisiones sean regionales nos hace pensar en que el etiquetado que las define es lo extremeño. Y nada más. Y nada menos. En política institucional no existe lo propio, sino lo común. El beneficio de todos es el objetivo. El resto son ganas de presumir sobre lo bueno que somos cada uno.