Quién ganó el debate sobre el estado de la nación? ¿Quién lo perdió? ¿Empataron? Esa era la gran cuestión que recorría ayer las emisoras de buena mañana. Para responderlas, los tertulianos tiraban de términos taurinos y boxísticos, que siempre dan mucho juego por su colorido verbal y contundencia argumental: "Ganó a los puntos", "llevó al rival contra las cuerdas", "embistió pero no remató...".

En la SER, Eduardo San Martín veía un claro triunfo de Aznar, mientras que Margarita Sáenz-Diez creía que Zapatero estuvo superior: "Aznar quiso noquearle, pero no pudo y además volvió a sacar el fantasma de las dos Españas, la de la derecha, la de la verdad única; y la de la izquierda y los nacionalismos, la España de las tinieblas para él". Sobre las formas en las que se había desarrollado el debate hubo unanimidad: fue un pulso bronco. Pero Josep Ramoneda recordó que una de las funciones del Parlamento es sublimar la violencia que existe en la sociedad: "No me parece mal que haya gritos en las Cortes, eso es una representación incruenta del conflicto social. Mejor gritos que tiros". Hombre, pues claro.

Fue el propio Ramoneda quien afiló más su lengua cuando definió la actuación de Aznar: "Era su último debate como presidente del Gobierno y se podía esperar cierta grandeza en su discurso. Pero no. Aznar prefirió hacer una exhibición de lo que le ha hecho grande: su voluntad de poder sin límites, y se dedicó a intentar destrozar al adversario como si se tratara de un juego en el circo romano. Así es Aznar, y así se despide". Adiós.