Por lo oído y leído últimamente, esto de opinar no está bien visto. El primero en advertirlo fue Cristian Campos, que alertaba hace unos meses de la alergia que produce el periodismo de opinión, él que es periodista de opinión, precisamente. Hace unas semanas era Quique Peinado, otro periodista que también opina: «Ni me gusta el columnismo ni me gusta la opinión», reconocía, para rematar que el gran mal del periodismo «es haber sobrevalorado a los columnistas (incluido a mí)». No es extraño que David Jiménez Torres, columnista también, ironice que «el columnismo debe morir», glosando la opinión de Campos, Peinado y algún otro.

Esto de disparar al columnista, que es lo que se pretende, es un intento de desacreditar al periodismo, que molesta como mosca cojonera, con perdón. ¿Se trata de un fenómeno actual, nuevo? En absoluto. El periodismo ha molestado siempre, pues tal es su razón de ser. Y aunque no hay democracia sin periodismo, todas las democracias han tenido y tienen y tendrán al periodismo en el punto de mira. (Las dictaduras, a derecha e izquierda, directamente aprietan el gatillo.) El que el objetivo sea ahora el periodismo de opinión (¿pero es que hay alguno que no lo sea?) se explica por el populismo. Comprensiblemente, por cierto, ya que el populismo quiere para sí lo que él hace con su electorado, que es decirle lo que quiere oír.

Cuando no es así, ahí está Donald Trump, por ejemplo, mandando callar a un periodista que no va a publicar lo que Trump quisiera. O, sin salir de España, Pablo Iglesias, que hace unos meses tuiteaba lo feliz que le hace ver «patear columnistas», sin duda porque no opinan como él desearía. El argumento de Trump para vetar al periodista es que el periodista era «un grosero», siendo él el que recomienda «agarrar a las mujeres por el coño». El argumento de Iglesias, en cambio, es la felicidad: «You make me happy», le tuiteó al pateador. Sea como fuere, el problema de disparar al columnista es que da resultados: Trump ya es presidente y, visto el éxito, el candidato Iglesias (Íñigo Errejón no lo permita) ya se ve a sí mismo pateándolos, feliz.

* Funcionario