En las relaciones con Marruecos la política de gestos resulta indispensable para superar los contenciosos que, más allá de las buenas relaciones entre las dos casas reales, mantienen Rabat y Madrid. Por motivos de política interior, Marruecos debía manifestar su malestar por la visita real a Ceuta y Melilla llamando a consultas a su embajador en Madrid. Igualmente, era imposible normalizar las relaciones sin un gesto por parte española. Ese gesto ha tenido lugar con el viaje a Rabat del ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos; la reunión con su homólogo marroquí, Taieb Fassi Fihri, y la entrega de una carta del presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, dirigida al rey Mohamed VI. Son los primeros pasos para poner fin a una crisis sin recorrido.

El protocolo exige ahora que el rey alauí dé por recibida la carta y acepte su contenido. Pero la distensión se vislumbra ya en la invitación de Fassi Fihri para que Moratinos asista a la reunión del grupo mediterráneo 5+5 que tendrá lugar en la capital marroquí y en la previsible presencia del ministro marroquí en el Foro de la Alianza de Civilizaciones que se celebrará en Madrid dentro de 15 días.

Sin duda, Marruecos y España tienen puntos de vista enfrentados en la cuestión de Ceuta y Melilla y en cómo resolver el conflicto del Sáhara Occidental, pero son más los intereses comunes relacionados con la emigración, la seguridad, el narcotráfico, la red energética y las inversiones. La diplomacia exige encauzar esos intereses con una política de gestos que el Gobierno de José María Aznar no supo llevar a cabo cuando estalló la crisis de Perejil en julio de 2002.