La férrea unanimidad impuesta por Aznar en su partido, y que mantuvo incluso durante el complicado proceso de su sucesión, empieza a mostrar grietas. Cuando Aznar controlaba hasta el menor movimiento en el Partido Popular, hubiesen sido inimaginables dos escaramuzas como las que ha vivido la formación en la última semana. Difícilmente hubiese permitido el rotundo desmentido inmediato de Arenas a la irresponsable asociación de Mayor Oreja entre ETA, Esquerra Republicana de Catalunya y Pujol. Ni tampoco que Rato se sumase al acoso contra el alcalde de Madrid, Ruiz-Gallardón, por el aumento de los impuestos municipales. El vicepresidente económico ha acabado siendo desautorizado por Rajoy, que sólo ha zanjado la polémica después de que el alcalde de Madrid reclamase su arbitraje, alegando que sólo cumplía el programa municipal del PP. Algo que es cierto, y que desvela las incoherencias de la supuesta política de reducción de impuestos del Gobierno.

El PP entra en la normalidad de un partido con opiniones plurales. Y lo hace con un líder que aún se ha de hacer con las riendas de la formación. Quizá ahora sea más difícil descalificar con tanta facilidad los debates internos de otros.