El nuevo G-20, que representa el 85% de la economía mundial, se reunió por primera vez en noviembre del 2008 para hacer frente a la peor crisis desde 1929. La receta consensuada --una política monetaria laxa, para evitar el colapso crediticio, y una política fiscal expansiva, para que los estados salvaran a la banca y la demanda pública sustituyera a privada-- ha funcionado. Los países emergentes (China, India, Brasil-) crecen con fuerza, Estados Unidos lo hace al 2%, pero con dudas sobre la solidez del proceso, e incluso Europa ha salido de la recesión, si bien con tasas débiles (0,2% sobre el último trimestre del 2009). Pero ahora, cuando la recesión no ha degenerado en gran depresión, surgen problemas.

Finalmente, la austeridad fiscal se ha impuesto, tras semanas de discusiones, en la cumbre del G20, un grupo que hace meses pedía planes de estímulo para impulsar la economía y que hoy reconoce, como defiende la UE, los peligros de un déficit excesivo. El comunicado final de la cumbre reconoce que tener unas "finanzas públicas sanas es esencial para sostener el crecimiento económico", y establece el compromiso de las economías avanzadas de reducir a la mitad su déficit para 2013 y reducir o mantener el peso de su deuda en 2016.

El comunicado del G-20 fue precedido el domingo por un avance del ´Financial Times´ cuyo título, "El G-20 acuerda que está en desacuerdo sobre el déficit", refleja la realidad con exactitud. En efecto, se propone reducir los déficits a la mitad para el 2013 y estabilizar la deuda pública sobre el Producto Interior Bruto (PIB) para el año 2016. Es la victoria parcial de Alemania, Gran Bretaña y la Union Europea, que creen que sin recortes fuertes del déficit no volverá la confianza a los mercados y no se crecerá. Pero todos los países estaban ya comprometidos a la consolidación fiscal y además --a instancias de Estados Unidos y de los emergentes-- se constata que un recorte demasiado rápido de los déficits en todos los países podría abortar la recuperación. El G-20 hace de la necesidad virtud y admite que los países tomen medidas no siempre coincidentes. La división no es buena, pero el G-20 es una reunión intergubernamental, con lenguaje diplomático (no menciona, por ejemplo, la revalorización del yuan chino), y está lejos de ser el gobierno mundial que haría falta para afrontar la primera crisis de la globalización. El G-20 es positivo, pero refleja la división entre los keynesianos (Obama), que desean una retirada prudente de los estímulos, y los ortodoxos (Merkel y Cameron), que creen prioritario atajar el déficit. Y el G-20 bendice algo difícil: hacer ambas cosas al mismo tiempo. Para España, no hay duda porque la supervivencia del euro exige una política económica común. Es el camino emprendido y el único posible.