Desde hace dos años Paul Marks , el amigo norteamericano de mi amigo Carlitos García , digiere muy mal las noticias que día a día le llegan a su Phoenix natal sobre la cruenta guerra de Irak; sobre el encarnizado e interminable conflicto Palestino-Israelí; o sobre la exterminadora hambruna en el centro de Africa. Debido a esas desagradables noticias con que se desayuna un día sí y otro también, nota como se le ha acomodado en el ánimo una insana depresión que se ha empeñado pertinazmente en nublarle el optimismo. Quiere huir Paul de imágenes macabras de cadáveres calcinados, de niños famélicos, de mujeres lapidadas, de ahorcados, de decapitados y otras atrocidades que se incrustan en la pantalla de su televisor para amargarle el café con leche y la tostada. ¿Cómo es posible que los seres humanos nos podamos hacer tanto daño? Se pregunta el bueno de Paul. ¿Cómo es posible la pasividad de los que podemos evitarlo? Vuelve a preguntarse.

Para intentar salir de ese atolladero depresivo, el año pasado aceptó una invitación de Carlitos García y vino a España a pasar la Semana Santa con la intención de evadirse y olvidarse un poco del mundo.

Los tres primeros días de su estancia en Cáceres, gracias al clima soleado, al buen humor de Carlitos y de Lisa , su mujer, al misticismo y recogimiento que envuelven los desfiles procesionales, y a la vez, al alborozo del ambiente festivo, Paul consiguió deshacerse de su dolencia anímica. Pero a partir del cuarto día, la cosa cambió. No esperaba Paul encontrarse con gente deseosa de acceder al dolor para resaltar su creencia religiosa. Un día vio a una persona andando sin calzado soportando una gran y pesada cruz de madera sobre sus hombros. El día siguiente Carlitos le llevó a conocer la celebración de Los Empalados de Valverde de la Vera y Paul no pudo evitar deprimirse al presenciar esa ceremonia en la que varios hombres se autolesionan envolviendo sus cuerpos con ásperas sogas muy prietas. El siguiente día, Paul vio por televisión a unos fanáticos católicos filipinos que se crucificaban horadándose con clavos los pies y las manos para sujetarse a la madera de la cruz. ¿Para qué ese sufrimiento? Se preguntó alicaído Paul.

*Pintor