WEwl mundo asistió el domingo a la dramática escena del Papa impartiendo la bendición pascual urbi et orbi sin que pudiese articular una palabra, a pesar de los evidentes esfuerzos que hizo para intentarlo. El doloroso declive físico de Juan Pablo II sigue retransmitiéndose en directo. La angustiosa escena no deja ninguna duda de que es el Papa quien tiene la firme determinación de apurar su pontificado hasta el límite de sus fuerzas. Aunque se trata de mucho más que de su voluntad personal. La Iglesia católica argumenta que está dando un ejemplo de respeto a la dignidad de los ancianos y enfermos, frente una sociedad occidental que los considera una carga incómoda que hay que ocultar. Pero difícilmente la jerarquía católica conseguirá disuadir a quienes piensan que el verdadero signo de respeto sería permitir que el Papa llegase al fin de sus días sin que sus padecimientos sean expuestos al mundo. Y que lo hiciese tras una renuncia digna que sacase a su Iglesia de un estado de parálisis en el que resulta cada vez más difícil creer la tesis oficial de que es Juan Pablo II en persona, y no su entorno más inmediato, quien toma las decisiones que afectan a millones de católicos del mundo.