TAtlguien entró en un despacho en el que trabajaban media docena de compañeros y anunció que a 150 personas las había matado un coche bomba. Todos sintieron un escalofrío o exclamaron lamentos hasta que alguien se atrevió a preguntar dónde. No indagó por las víctimas ni por los autores; sólo quería saber dónde había ocurrido. Bagdad fue la palabra que apaciguó los nervios y deshizo los nudos de las gargantas. Pronunciar Bagdad no había servido para resucitar a ninguno de los 150 muertos pero tranquilizó las conciencias de quienes se disponían a seguir trabajando como si la noticia hubiera sido la caída del índice bursátil. No nos conmociona tanto la gravedad de los hechos como la distancia a la que estamos. No sólo el impacto de la noticia se hace más tenue a medida que se aleja sino que hay lugares sobre los que estamos insensibilizados, como si allí no hubiera personas sino figurantes de una tediosa película sangrienta. ¿Hasta cuándo estaremos calibrando nuestros valores y nuestra capacidad de reacción con el frío sistema métrico decimal?

*Profesor y activistade los Derechos Humanos