THte leído por ahí que el perro más feo del mundo comparte cama con su dueña. Un ejemplo, sí señor. Un ejemplo para este mundo hiperestético que en cuanto te ve un fallo por feo, te niega el derecho a compartir, siquiera, un rato de siesta con alguien.

Esa señora, ejemplo de ternura, duerme con su perro y, posiblemente, con su marido que comparado con el perro no debe ser horrible porque la nota no habla del marido más feo o más guapo. En democracia es de buen estilo dormir con feos.

El ejercicio diario de la democracia ofrece la posibilidad de compartir lecho con gentes poco agraciadas, y así vemos cómo más de una vez es necesario que un gobernante sonriente duerma un ratito con un opositor avinagrado, y que un mandatario de izquierdas comparta catre con la patronal para sacar adelante un país, una región, un estatuto o una refinería.

Dormir con feos es muy interesante porque te convierte, a poco que se insista, en más guapo. La señora no es bella pero al lado del perro puede llegar a miss dormitorio en un plis plas. En democracia no es más bello el que más se maquilla sino el que sabe contrastar su belleza natural con las arrugas y pliegues del opositor.

Un suponer, ¿quién es más feo Mariano Rajoy o José Luis Rodríguez Zapatero? Alguien dirá que todo es según el lado de la cama que se mire, pero si miramos la cama desde arriba, si sabemos alzar el vuelo, planear dormitorios y destapar edredones, veremos una pareja en la que las fealdades de unos son contrarrestadas con las bellezas del otro.

Esto en materia de terrorismo y nacionalismos puede funcionar como funciona la historia de la dama y el perro más feo del mundo.

*Dramaturgo y director del Consorcio López de Ayala