TCtasi nada hay tan heterogéneo como el público de un concierto de rock, por mucho que parezca que no es así. El de Extremoduro del pasado sábado en Cáceres expresó bien la mezcla de tribus y razas que puede encontrarse en cualquier ciudad de la región. Roberto Iniesta es una especie de mesías desinhibido para muchos. Allí estábamos todos, desde los adolescentes ansiosos de kalimotxo que mintieron a sus padres para poder acudir --tranquilos, que me quedo en casa de Jorge -- hasta que Andres Montes llamaría "veteranos de la guerra del Vietnam". Ambos grupos provocan ternura, claro está, y más cuando están juntitos, cantando las mismas canciones de un tipo que, a su vez, tampoco tiene mucho que ver con ellos. Es la belleza de la música, de una sociedad que, por muchas taras que tenga, puede mirarse a sí misma con bastante felicidad. Todos los que estamos por el medio de esas dos edades tan diversas también salimos contentos: algo nos conectó íntima y casi silenciosamente.

*Periodista