Ahora que las aguas futboleras van volviendo a sus respectivos cauces, como si aquí no hubiera pasado nada, porque en realidad no ha pasado nada, hasta yo me atrevo a analizar la cuestión española. Pero desde otro punto de vista, con mi antiguo profesor de Filosofía, don Eliseo Ortega , que describía este deporte como "veintidós hombres en calzoncillos corriendo tras un balón para soltarlo en cuanto lo consiguen".

Siguiendo esta perspectiva, me atrevo a afirmar que en el pasado mundial de Alemania, hubo, fundamentalmente, dos errores.

En primer lugar, el partido contra Francia tenía que haber sido en Kaiserslautern. Allí sólo había energía positiva, impregnada desde las raíces del césped hasta el último de los nuevos asientos incorporados al estadio para el mundial.

Dos docenas de chavales cacereños y dos profesores lo visitamos, en mayo, un mes antes de la inauguración del campeonato, durante el intercambio que hacíamos con esa ciudad, subvencionados generosamente por la Junta de Extremadura, si se me permite el afable peloteo. No había entre mis alumnos, como tampoco entre los aficionados españoles, ninguna motivación especial, que el ataque mediático no había empezado todavía, pero el hecho de verse allí, donde la selección iba a jugar uno de sus partidos, les animó especialmente y, a pesar de las obras, que aún no permitían ver su aspecto final, las cámaras digitales no dejaron de disparar. En muchas de las fotos que luego he podido ver, el grito de ¡España!, sale de sus bocas como si estuvieran viviendo la realidad futura.

Allí quedó el ánimo, la energía, el impulso a nuestro equipo, aun sin mucha convicción, sin "a por ellos, oé", ni "opá" todavía, para nuestro descanso. Pero sirvió, estoy seguro. En Kaiserslautern, una selección española ya clasificada, llena de suplentes (para que todos cobraran las primas, supongo), sin empuje ni ganas, ganó. Y mis alumnos se pasaron la noche presumiendo por todo Cáceres de haber estado allí antes del evento, como quien ha tenido algo que ver en el asunto. A mí no me cabe la menor duda.

XPERO NOSx nos tocó Hannover y lo aceptamos. Otro error. ¿Qué podíamos esperar de una ciudad con ese nombre? ¿Qué nos sugiere al común de los españoles? De entrada, el apellido nobiliario de un personaje borrachín y pendenciero, que dejó sola a su mujer, la sin par Carolina de Mónaco , en la boda del heredero de la Corona de España porque, según nos contaron, no podía tenerse en pie del pedo que llevaba desde la noche anterior. Menos mal que no hubo despedida de soltero...

El tal Hannover , don Ernesto , es, además, cuñado del Príncipe soberano de Mónaco, el mozo que, con su pregunta sobre la capacidad de Madrid para protegerse de un atentado terrorista, ayudó a Londres a llevarse los Juegos Olímpicos de 2012 y dejó a la capital española sumida en la decepción y los hoyos. Desgraciadamente, Londres le demostró, dos días después, la soberana gilipollez de su pregunta. Desde entonces anda como descolocado, reconociendo hijos abandonados y hasta insinuando próxima boda, en una patética carrera, piensan los mal pensados, hacia el reconocimiento de una identidad sexual que prácticamente nadie pone en duda, salvo él.

En un escenario tan poco afín a nuestra causa, ¿qué podía esperar nuestra selección futbolera? Está claro: que les metieran lo que no está escrito, sin vaselina ni nada.

Como decía Luis Aragonés : "fueron dos errores tácticos y lo pagamos". No les puso nombre, pero casi no hay duda. Uno se llama Ernesto. El otro, Alberto .

Eso sí, Fernando Alonso ganó el Grand Prix de Mónaco y Nadal el Torneo de Tenis de Montecarlo. Dos a uno, Altezas.

*Profesor