En el cuento, el escorpión sabe que morirá si clava su aguijón en la rana. No puede abstenerse de hacerlo. Atacar está en su naturaleza. Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero solo se necesitan para desacreditarse el uno al otro; en el fondo, su juego es el de dos escorpiones cuya única diferencia radica en los esfuerzos denodados que hacen para que parezca que es el otro quien torpedea que la política española sea transitable. Es cierto que los antecedentes del PP son mucho más rotundos, pero ahora ya nadie puede vivir sin embestir al otro.

La imagen más evidente de ese profundo desencuentro es que sea noticia de primera plana que el presidente y el líder de la oposición se reúnan para conversar. Tenemos testimonios para saber que el mejor terreno de juego de cada uno es la intransigencia del otro. Gabriel Elorriaga , jefe de campaña electoral de Rajoy, fue extraordinariamente sincero con el Financial Times al confesar que su estrategia era una mala copia de la doctrina acuñada por Karl Rove : "Al enemigo, ni agua". La bipolarización radical de la vida pública es la que conduce a "se está conmigo o contra mí". Una doctrina anclada ya en nuestro subconsciente colectivo donde los matices se han hecho insoportables.

El presidente de Gobierno también fue sincero cuando creyó que el micrófono estaba apagado al terminar su entrevista con Iñaki Gabilondo : "Necesitamos tensión". Naturalmente, fue más listo Zapatero que Rajoy y mejor la campaña del PSOE que la del PP, aunque solo sea a la vista de los resultados del 9-M.

XNO HAYx lealtad institucional en la política española. El Rubicón de preservar a las instituciones con prácticas partidistas lo cruzó José María Aznar nada más llegar a la presidencia del PP. El asalto al bastión socialista se realizó utilizando las armas más sucias, que crearon un poso de desconfianza en la política española que arruina cualquier clima de comprensión del contrario, al que solo parece que se llega cuando es inevitable. La transición, en cuanto al entendimiento leal entre los dos grandes partidos, sencillamente se desvaneció. En la foto del apretón de manos, Rajoy y Zapatero no se miran; es un saludo netamente preventivo de cualquier demostración de confianza: solo trataban de que pareciera que el responsable de la falta de acuerdo era el otro.

Al final, como en una partida de cartas con los naipes marcados, ganó el más listo y obligó al otro a sumarse a un acuerdo que era inevitable porque se fraguó en el consenso europeo. Sencillamente, en esta ocasión, estar en desacuerdo con el plan contra la crisis tiene más coste que apoyarlo.

En la trepidante historia de esta crisis, cada acontecimiento diluye el anterior. Queda poca memoria de la falta de previsión del Gobierno. O, lo que sería peor, la obstinación del presidente en ocultar la crisis. Tras meses de un optimismo que el expresidente González ha retratado con crueldad, Rodríguez Zapatero se puso las pilas. Las encuestas señalaban que hablar de la solidez del sistema financiero español no detenía el tobogán de descontento.

Ahí es donde la naturaleza política del presidente se desbordó: la vieja escuela de las juventudes socialistas, en la que el tactismo para dejar al contrario sin techo fue el caldo de laboratorio en el que se formó el secretario general del PSOE, sigue funcionando a la perfección: sobreactuación, mientras el antiguo registrador de la propiedad tardaba en resignarse a abandonar la yugular del adversario. Podía haber intentado encabezar la manifestación y se equivocó al pensar que no iba a celebrarse. De nuevo Zapatero le ha ganado por la mano.

Una vez que Mariano Rajoy se quedó desbordado por el ritmo trepidante de las propuestas del Gobierno, su naturaleza también le traicionó. La vieja querencia de apuntarse a todas las broncas, la inclinación a la sal gruesa y a la descalificación del Gobierno para contentar a las bancadas más intransigentes de la derecha española, le dirigió directamente al abismo: "Zapatero es el presidente de los banqueros". Un callejón sin salida en donde la única vía de escape hubiera sido exigir la nacionalización de la banca para superar la desconfianza de que el dinero puesto en manos de las instituciones privadas corría el peligro de no llegar a quienes lo necesitan: las pequeñas y mediana empresas y las familias españolas.

Queda por saber si los grandes banqueros españoles olvidarán la descalificación que les ha hecho el líder de la derecha española. Vivir para ver en este mundo en que los ultraliberales se han transmutado en socialistas de ocasión.

El apretón de manos de La Moncloa es solo un paréntesis. Como exige el guión, los hooligans de cada parroquia endosan toda la responsabilidad de la falta de entendimiento profundo en la política española al adversario. Los escorpiones han hecho un paréntesis porque la situación exigía un paraguas frente a la ira de los ciudadanos. La lluvia torrencial volverá en cuanto uno de los dos líderes observe que el contrario está sin defensas. Es su naturaleza. La de ambos.

*Periodista.