Muchos ciudadanos me preguntan las razones por las que el Partido Popular ha convocado a los ciudadanos a la calle para pedir un cambio en la política antiterrorista y un regreso a la que se practicó, con éxito, hasta hace tres años, con el consenso entre el PP, entonces en el Gobierno, y el PSOE, entonces en la oposición. Era una política consensuada, en el marco del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, firmado --y es bueno recordarlo-- por el secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero .

También es bueno recordar que dicho pacto formaba parte del programa electoral del PSOE en las elecciones del 2004. El PSOE las ganó. Pero, casi de inmediato, el pacto dejó de cumplirse. El nuevo presidente del Gobierno, abdicando de sus compromisos, emprendió un camino distinto, marginando al PP de toda decisión y de toda información, con un evidente objetivo electoralista: ser el presidente que acabe con ETA y, además, sin el concurso de la oposición. Es inimaginable mayor deslealtad. Romper un consenso básico para sacar réditos electorales.

Eso es lo que caracteriza la política de Rodríguez Zapatero frente al terrorismo: la doblez, el doble lenguaje, la ambigüedad. Todo para no decir la verdad. Y la verdad es que el presidente cree que, de las dos maneras que existen para acabar con ETA, hay que optar por la que está en las antípodas del pacto que él mismo firmó. En el pacto, los principios están claros. La política antiterrorista la dirige el Gobierno y debe estar al margen del debate partidista. Cierto. Pero es una política que parte de dos premisas. La primera, que el terrorismo no se circunscribe a los comandos operativos. Tan terrorista es quien pone las bombas como quien financia su compra o da cobertura política a los asesinatos. Y en ese mundo no hay hombres de paz.

¿O es que se puede ser un hombre de paz sin condenar los atentados, como ese dechado de virtudes, según Zapatero, que es Otegi ? La segunda es que no puede haber, jamás, contrapartida política ni a la violencia ni a cambio de renunciar a ella. En palabras de Felipe González , la única salida es que los terroristas pierdan toda esperanza de conseguir algo con violencia, con independencia del color del Gobierno.

XY ESASx premisas han sido abandonadas por el presidente del Gobierno. Primero, porque distingue, dentro de ETA-Batasuna, entre buenos y malos. Y eso es peor que un crimen: es un error. Porque todos comparten los mismos objetivos políticos, a través del ejercicio, jamás cuestionado, de la violencia.

Y segundo, porque Rodríguez Zapatero ha llegado a la conclusión de que puede acabar con ETA, no derrotándola con los mecanismos que permite el Estado de derecho, salvaguardando la dignidad de las instituciones democráticas, la memoria de las víctimas y la fortaleza moral de la sociedad española, sino negociando. Y eso es así aunque se disfrace, sistemáticamente, a través de bellas --y equívocas-- palabras como diálogo, paz o "nuevo marco de convivencia que da salida al conflicto político"...

Y, al final, todo esto ¿a dónde nos lleva? A poner el fin de ETA por encima de la indiscutible superioridad moral de los demócratas frente a los terroristas. Y esta superioridad moral no casa con concesiones políticas. Derrotado el terrorismo, la democracia puede ser generosa. En pleno entusiasmo de los terroristas y de su entorno --De Juana Chaos es ejemplo paradigmático-- que exigen soluciones al conflicto , es hora de decir que NO. Que muchos no queremos que después de la ignominiosa --y no explicada-- excarcelación de De Juana, venga la presencia --vergonzante pero inequívoca-- de Batasuna en las próximas elecciones, o la segura coalición entre el PSOE y la izquierda aberzale en Navarra, si los resultados lo permiten. Y, luego, la autodeterminación.

Es verdad que, si eso pasa, ETA desaparecerá. Y Rodríguez Zapatero habrá conseguido su objetivo. Pero el coste, para muchos, es inasumible: la victoria de De Juana en su chantaje al Estado, la victoria de los que quieren que España dimita como nación que deposita su soberanía en el conjunto de los ciudadanos españoles; la victoria, en definitiva, de ETA, que, después de cuatro décadas, ve cómo sus objetivos son posibles con un Gobierno débil y un presidente acomodaticio que cree que el final de ETA está por encima de la libertad y de la dignidad. En su terminología --extraída de su, a veces, insufrible verborrea--, la paz y la vida son valores que lo permiten todo.

Y no. Franco alardeaba de paz. Y Raimon decía que "a veces la paz no es más que miedo". Es el miedo que tienen muchos ciudadanos a que, al final, ETA se salga con la suya. Y que la inseguridad, el temor, la falta de libertad, se eternicen si no eres cómplice de esta trágica historia. Por todo esto vamos a manifestarnos. La manifestación la convoca el PP. Pero los convocados son todos los ciudadanos, de izquierdas o de derechas que piensen que, más allá de los intereses electorales o partidistas, hay cuestiones que merecen una respuesta cívica y ética: apaciguar, cediendo, a los terroristas, nos lleva a un camino sin retorno. Rendirnos ante sus pretensiones es darles alas. Y ya está bien.

Una última reflexión: ¿Por qué el Gobierno ya no habla del atentado de la T-4 y de los dos asesinados por ETA? ¿Y por qué no ha tenido la dignidad de considerar al último muerto de ETA, víctima de la kale borroka como alguien que merece el reconocimiento de todos?

La náusea moral es también motivo para manifestarse hoy.

*Exministro y presidentedel PP de Cataluña