XVxaya por delante, para evitar equívoco alguno, el profundo sentimiento de tristeza por la barbarie de lo ocurrido en Londres, la repugnancia que dan sus autores y la carencia de calificativos para condenarlos, pero ello no debe ser óbice para hacer otras reflexiones, que nos ayuden a intentar saber algo de lo que ocurre en el profundo sentir de una parte de la humanidad alejada de nuestros patrones occidentales.

Es conocido que Dios ciega a quien quiere perder, y que los europeos, al menos los europeos occidentales, somos gentes de dura cerviz , un tanto egocéntricos, hedonistas, individualistas y egoístas, según las pautas culturales de lo que genéricamente denominamos Occidente. Nosotros de la muerte hablamos poco, carecemos de respuestas, pero si nos matan a alguien la cosa es distinta, nuestros muertos son siempre de primera, ¿es bueno que esto sea así?, mejor considerarlos a todos por igual, sean chechenios, bengalíes, iraquíes, afganos, sudaneses o zaireños; sean africanos, americanos o asiáticos, todos los muertos deben ser iguales y sin embargo estamos muy alejados de esta conducta. Y por otro lado nuestra sensibilidad no puede degenerarse hasta el punto de horrorizarnos por unas decenas o centenares de muertos y considerar, por ejemplo, como natural la muerte de miles de niños por carecer de alimentos, ni tampoco embotarnos por la cotidianidad de las noticias o el efecto estadístico sobre el número de muertos. Si debe ser, y lo es, el drama del asesinato de una sola persona, el de mil tendrá que serlo con mayor motivo, y esto no funciona frecuentemente así. Las organizaciones terroristas del integrismo islámico, han vuelto a golpear en nuestro mundo occidental, anteayer New-York, ayer Madrid, hoy Londres, mañana cualquier ciudad de nuestro entorno, pero no hay que olvidar su acción cotidiana en su incansable siembra del terror en cualquier parte del mundo. Sin duda que estamos ante un terrorismo distinto, de clara raíz religiosa, ideológico por lo tanto. Con una fortísima carga de fanatismo, protagonizado por gentes que están dispuestas a inmolarse en aras de conquistar un paraíso que no es de este mundo, que estima en muy poco su vida y por lo tanto la de los demás. Su lejanía de nuestras pautas culturales es tan grande, que los convierte en seres de otro planeta.

Pero no son hijos de las nubes, hace ya más de un siglo en que en el mundo islámico comienza a generarse una terrible tormenta, una contradicción muy profunda entre las exigencias de una modernidad y una religión que lo impide, y no nos debemos escandalizar en Occidente de ello, porque nosotros sufrimos algo parecido, salvo que tuvimos cinco siglos para digerirlo, con crueles guerras de religión incluidas. En esta terrible bronca histórica, el integrismo fundamentalista perderá en términos históricos la guerra, pero llevará su tiempo y el parto será doloroso, como son siempre estos partos. Es verdad, que integrismo islámico no es sinónimo de terrorismo, pero no es menos verdad que es su mejor caldo de cultivo, y aunque pueda haber otras causas de carácter puramente político, que van desde el problema palestino a la guerra de Irak, pasando por otras muchas facturas pendientes, en las esencias de la cultura integrista de carácter extremo, subyace un desprecio que degenera en repugnancia por nuestros valores culturales. Nuestra concepción de la mujer en la sociedad, nuestra libertad sexual, la estructuración de la familia, las relaciones generacionales, el laicismo e incluso el agnosticismo, nos convierten a sus ojos en una sociedad depravada, merecedora de ser borrada del mapa como en su día lo fueron Sodoma y Gomorra.

Respetar la soberanía de los estados es una obligación de todos, pero defender el cumplimiento de los derechos humanos es otra aún mayor, sin ampararse en burladeros culturales para eludir esta obligación, que puede llegar a ser muy penosa. El juez en todo caso, la ONU.

*Ingeniero y director generalde Desarrollo Rural del MAPA