XCxada mañana cuando me dirijo andando hacia mi centro de trabajo, suelo cruzarme con varias personas de mediana edad, que por sus apariencias y movimientos estoy convencido de que se trata de drogadictos, que bien están esperando que alguien les dé algo de dinero a cambio de indicarle un sitio donde aparcar el coche, o bien esperan a su camello de confianza para que les suministre su dosis vital , y así poder reiniciar con energía tóxica un día más de su cautiverio letal.

Por suerte, la mayoría de nosotros no tenemos contacto con el mundo de las toxicomanías, pero parte de nuestros vecinos viven estados emocionales de sufrimiento y desesperación, cuando no de agresiones y violencia doméstica, tras descubrir que su hijo está enganchado a las pastillas, o su pareja tiene que delinquir o prostituirse para ganar unos cuantos euros con los que comprar el caballo que necesitan para sobrevivir. ¡Qué contradicción existencial!

Desde mi faceta como profesional de las ciencias sociales, al estudiar temporalmente la evolución de los datos recogidos en los últimos Barómetros de opinión que viene realizando cada mes el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), resulta curioso observar cómo ante la pregunta sobre los tres problemas que más importan y pueden afectar al español medio en la actualidad, se ofrecen respuestas en el siguiente orden: el paro, el terrorismo y la vivienda.

Con tales resultados, que reflejan la coyuntura social de un país, se pueden hacer muchas interpretaciones sociológicas, pero mi lectura sería que las principales preocupaciones de la sociedad española están relacionadas con los problemas económicos y de seguridad ciudadana. Por el contrario, la violencia de género o la inmigración, estarían en un lugar intermedio, y en últimas posiciones el medio ambiente, el racismo o la crisis de valores.

En concreto, la droga ocuparía una posición intermedia, dado que a menos de un 5% de la población española le afecta personalmente esta problemática social. Esto quiere decir que la percepción cívica de tal fenómeno va en retroceso con el paso del tiempo, al considerar las drogodependencias como una cuestión superada que corresponde a nuestro pasado histórico más reciente.

Quisiera poner de manifiesto la importancia --a pesar de estos datos mencionados-- de no bajar la guardia, es decir, de reforzar las políticas de lucha activa contra las adicciones a las sustancias tóxicas más accesibles para nuestros jóvenes --y no tan jóvenes--, que tanto la Junta como los ayuntamientos extremeños debieran implementar para evitar estos dramas personales y familiares.

En especial, subrayaría la labor de prevención a desarrollar en el ámbito escolar y comunitario, a fin de disminuir la prevalencia del consumo juvenil de alcohol, tabaco, cannabis, cocaína o éxtasis, para no degenerar en una ingente masa de mujeres y hombres afectados por alteraciones mentales, neurológicas, digestivas, cardiocirculatorias o respiratorias el día de mañana.

No podemos consentir que nuestra sociedad del bienestar esté oscurecida por las sombras de estas personas enfermas, que deambulan por nuestras calles, plazas y parques, ante las reacciones de miedo, rechazo o indiferencia de sus vecinos, y la escasez de recursos públicos para su atención y tratamiento eficaz y posterior inserción socio-laboral.

Por tanto, debemos seguir tomando conciencia sobre los riesgos del consumo de cualquier sustancia, sobre todo aquellas que gozan de cierta permisividad social al asociarse a ciertas formas de diversión para el ocio nocturno juvenil, puesto que las drogas no hacen distinción alguna, ya que pueden convertirnos en un esclavo de lo químico.

*Sociólogo