Vivimos en una sociedad en permanente conflicto. Cada cierto tiempo, se producen problemas de convivencia entre grupos sociales que tienen diferentes concepciones de la vida.

Si fuésemos una sociedad verdaderamente civilizada, abierta y democrática, podríamos hablar, discutir y debatir sobre cualquier tema, sin llegar al enconamiento que se produce cuando lo único que se escucha es un clamor de proclamas maximalistas. Pero, para eso, deberíamos de gozar de una sociedad así. Y, desgraciadamente, nuestra querida España está aún ‘a medio cuajar’ en muchos aspectos. Buena prueba de ello está en lo sucedido esta semana, en la que han tenido lugar dos hechos que han vuelto a despertar el añejo cainismo español.

Por un lado, en la gala de ‘drag queen’ de Las Palmas, se coronaba a una ‘drag queen’ que había basado su espectáculo en la transgresión del hecho religioso, con una representación de la Virgen, y de la crucifixión de Jesucristo. Por otra parte, en Madrid, salía a la calle un autobús que lucía la inscripción «Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo».

Está claro que ambas iniciativas buscaban la provocación, y que han conseguido la resonancia que perseguían. Pero, a cambio de ello, han ofendido a los católicos y a los colectivos LGTB.

Tanto la ‘drag queen’ como la asociación responsable del mensaje del autobús, han hecho uso de la libertad de expresión para compartir su visión de diferentes realidades.

Pero, en ambos casos, han provocado el dolor de personas que tienen unas creencias, una manera de entender la vida, y un modo de sentir y expresar su amor.

El debate que se ha abierto, a raíz de lo ocurrido, ha girado, entre otros temas, en torno a los límites de la libertad de expresión.

Pero, si nos detenemos a reflexionar, sin apriorismos, nos percataremos de que el problema no es tanto de libertad de expresión como de buen gusto, de respeto y de la capacidad de ponerse en la piel de aquellos que no piensan o sienten como nosotros. Si viviésemos nuestra vida, y dejásemos a los demás vivir la suya, todos seríamos más felices.