WSw olo el presidente George Bush parece creer que Hizbulá es el bando perdedor de la guerra de los 30 días. En Israel son cada vez más quienes dudan de que el alto el fuego haya consolidado una victoria de su Ejército. Motivos no les faltan: las unidades israelís han iniciado la retirada de suelo libanés sin acabar con la capacidad de combate de los yihadistas y sin lograr la liberación de los dos soldados secuestrados, causa inmediata del inicio de la guerra. Y, lo que es aún peor, el Gobierno israelí ha debido acceder a que sea el libanés el que tutele el alto el fuego mientras la comunidad internacional organiza una fuerza de interposición bajo la bandera de la ONU.

Para una nación como Israel, que ha alimentado desde su independencia la idea de que no puede permitirse ni una derrota frente al mundo árabe, el desenlace provisional de la sexta guerra es más preocupante que el empate técnico con que acabó la cuarta --1973--, porque en aquella ocasión el adversario fue Egipto, un Estado con todos sus atributos, y el de ahora no pasa de ser un partido con una guerrilla propia. De ahí el agrio debate abierto entre el Gobierno y las fuerzas de la oposición, en especial el Likud, que bajo la dirección del exprimer ministro Binyamín Netanyahu cree poder explotar a favor de sus intereses el fracaso militar de Ehud Olmert y provocar unas elecciones anticipadas en otoño. Una posibilidad que, salvo una reacción de la izquierda, quedará reducida a un pulso entre halcones.