Escritor

Hacía, días atrás, Murillo un canto a las marquesas, que con su desaparición, la vida ya no es lo que era, porque cómo serían nuestras vidas sin el Teatro Romano o la Alhambra de Granada, o sin don Rodrigo Rato. Nuestra vida ya no tiene sentido, pero sin esa mezcla de cosas algunos nos quedaríamos solos, como la fuente de Sinforiano Madroñero, o a solas con un solo diario, que nos contaría la vida a su gusto sin armas con qué defendernos.

Bueno, pues en el barrio donde trabajo, en los aledaños del Meiac en Badajoz, la vida ha sido modificada tras la aparición de una pastelería que lleva el nombre de la Virgen de Guadalupe. Este barrio, en cierta medida raro, lleno de jubilados de la Policía Armada y de la Guardia Civil, de trabajadores autónomos, de chapistas y pintores de brocha gorda, de bares que por un euro te bebes varios vasos de pitarra de Salvatierra, y de ese extraño mundo que es un museo de arte contemporáneo, la pastelería que comandan un grupo de jóvenes reunidos en cooperativa ha cambiado el sentido de la vida de todo el barrio, fuera de sus pollos asados y de las ofertas u ofertones de mariscadas que llenan los parabrisas de los automóviles de la zona, donde se juntan también un conjunto humano que llega de distintos lugares del orbe católico por un jamón a la casa de los ídem de Jamones Pepe. Pero lo que son las cosas, el dulcerío de estos muchachos ha despertado mucho de los paladares que se perdieron con la desaparición de La Perla o de Pascual Alba, que se hizo un mausoleo a imagen y semejanza de una tarta de bodas.

En efecto, marquesas no hay en el barrio, pero en su lugar están proliferando una suerte de viejecitas, de éstas que se depilan la perilla con piedra pómez, que le están dando un glamour inusual, a fuerza de ingerir cazuelitas rellenas de almendras y licuadas de un elixir cercano a los dulces celestiales, que por una extraña dulcedumbre, en el barrio se traduce en una alegría cercana a los trasuntos celestiales.

Creo que esta nueva forma de llegar a la gloria, me parece mucho más acertada que hacerte costalero en Semana Santa o murga de Carnaval.