La nueva ministra de educación se ha propuesto implantar una nueva materia educativa en secundaria: ‘Valores Cívicos y Éticos’. En esta materia, y según sus palabras, se trata de formar a los alumnos en el tratamiento y análisis de los derechos humanos y de las virtudes cívico-democráticas. Pocas cosas más loables y necesarias, si queremos que la educación sirva para reformar la sociedad, y no solo para transmitir técnicas y conocimientos.

Que el ministerio denomine a esa nueva materia ‘Valores Cívicos y Éticos’ (añadiendo el nombre de la disciplina filosófica que es la Ética) y no, por ejemplo, ‘Educación para la Ciudadanía’, tiene su importancia. La educación para la ciudadanía hace referencia a la formación en esas virtudes cívico-democráticas que dice la ministra, pero sin el tratamiento analítico y crítico de las mismas que proporciona la ética. Ese tipo de formación puramente cívica no es, desde luego, moco de pavo. Es fundamental educar a los futuros ciudadanos en el conocimiento de los valores en los que se asienta nuestro modelo de convivencia (los que recogen la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los preámbulos de nuestras leyes fundamentales). Pero solo con informar de los valores que hemos de respetar no basta.

Una de las críticas que se hace a las materias de formación cívica es que «adoctrinan» moralmente a los alumnos. Bien. Esto es cierto. Y hasta cierto punto inevitable. No hay sistema educativo que no adoctrine a los alumnos en determinados valores. Con la diferencia de que en países como el nuestro este adoctrinamiento es el mínimo imprescindible para sustentar la vida en común, y en otros lugares supone una formación cuasi marcial en sistemas morales maximalistas y excluyentes (como la moral islámica, o el nacional-catolicismo que sufrimos aquí durante tantos años).

Ahora bien, ¿podría ser aún menos adoctrinadora la materia de educación cívica? Por supuesto. Podría ser menos adoctrinadora, más rigurosa y el doble de eficaz si, tal como se pretende, dicha materia se vincula a la ética filosófica. La palabra «ética» tiene un significado común (como sinónimo de «moral»), y un significado técnico o filosófico. En este segundo sentido «ética» se refiere a la reflexión crítica sobre las distintas morales o sistemas de valores. ¿Y qué quiere decir esto?

Hay dos formas de educar en valores (algo, insisto, de lo que no puede prescindir ningún sistema educativo). Una es la dogmática. Consiste en que el profesor expone a los alumnos las ideas y actitudes que hay que considerar valiosas (la igualdad, la paz, el respeto al medio ambiente, la solidaridad, etc.) y los alumnos demuestran que las saben. Es posible que el profesor, incluso, explique a sus alumnos por qué son valiosas y dignas de respeto todas esas cosas. Pero siempre desde el presupuesto de que indiscutiblemente lo son, por lo que la discusión o el debate acaban siendo puramente retóricos.

La otra forma de educar en valores es la crítica o filosófica. El profesor trae al escenario del diálogo todos los valores o sistemas morales posibles para que sean sometidos a análisis racional. Bajo esta forma de enseñar, el alumno solo asume aquello de lo que se ha convencido libremente, por sí mismo y en el curso del diálogo con los otros. No hay una forma más apropiada de aprender y, a la vez, de practicar los valores democráticos.

¿Qué esto último implica correr el riesgo de que los alumnos no lleguen a las conclusiones «adecuadas»? Por supuesto. Es el mismo riesgo que corremos al dar a la gente la posibilidad de escoger, democráticamente, opciones no democráticas. Es el riesgo de la libertad. Y ante esto solo caben, también, dos actitudes. La pesimista, que considera que la naturaleza humana deja mucho que desear (es mala, fácilmente manipulable, etc.) y que hay que guiarla sí o sí hacia el «bien». Y la optimista, que es la de quienes pensamos que el ser humano es por naturaleza bueno y racional, y que solo se deja guiar por sí mismo y por valores acordes con su naturaleza. Desde esta última perspectiva, más que formar en valores cívicos sería conveniente una buena educación ética. Lo demás vendría por sí solo. ¿O no?