Desde la más lejana antigüedad de los tiempos que puedan recordarse, no ha sucedido nada, nada de todo eso.

Las niñas y los niños no han recibido ni una buena educación ni tampoco igualitaria desde que la memoria, la historia, la religión, la política, los continentes y los libros lo hayan dejado escrito.

Y eso es lo que está probado, comprobado, padecido, relatado, callado, castigado desde el principio del principio la desigualdad.

¿Y qué?

¿Y para qué?

Un ocho de marzo no se sabe lo que puede llegar a servir ni la utilidad que sugiere, ni para quiénes, ni cuánto, ni cuándo, ni dónde, ni cómo.

Por lo menos que alguien sueñe que las niñas y los niños tengan una mejor y misma educación, y que se lo cuente a un mirlo silbador, en su árbol llovido.