Nada hay más fácil que señalar a un culpable a quien responsabilizar de todas nuestras desgracias; pero, nada hay, también, más cobarde y más inmaduro. Es un intento desesperado de inhibirnos de las consecuencias de nuestras decisiones y de nuestros actos. Las últimas diatribas entre padres y docentes imputándose unos a otros la desafortunada situación que se vive en la enseñanza es buena muestra de ello. Quienes debieran permanecer más unidos que nunca, para afrontar el reto de conseguir una enseñanza de calidad y una educación de principios sólidos para sus hijos y/o alumnos, se pierden en acusaciones mutuas atiborradas de prejuicios y tópicos. No faltan los que se aventuran a lanzar falsas soluciones: maestros vagos, padres que hacen dejación de sus funciones, e incluso la puesta en práctica del cheque escolar o la impartición de una nueva asignatura. Cualquier aportación aparece como válida con tal de no mirar de frente lo que tenemos delante. Es hora de reflexionar acerca de qué han oído, qué han visto y qué han vivido quienes ocupan las aulas para que sus comportamientos hayan desembocado en agresividad, en falta de respeto a todo y a todos, en ausencia de sensibilidad para entender al otro, en un rechazo total a aquello que signifique esfuerzo, trabajo y obligación, en un entender que sólo son sujetos de derechos y no de deberes, en actuar cual el peor de los tiranos con sus padres y profesores y, en muchas ocasiones, con sus compañeros de clase y con los débiles. Ninguno de nosotros, ni padres ni docentes, podemos exculparnos de haber convertido a estos chicos en verdugos y, a la vez, en víctimas. Es responsabilidad nuestra recuperarlos, hacer de ellos personas íntegras y buenos ciudadanos. Se lo debemos. Pero sólo juntos, padres y docentes, podremos conseguirlo.

Ana Martín Barcelona **

Cáceres