TCton tal de que las personas se eduquen bien, importa poco dónde lo hagan. Sin embargo, a los miles de españoles con hijos en edad de merecer esa educación que consideran que la escuela no es el lugar más recomendable para adquirirla, el sistema les persigue como si su preocupación por los hijos fuera un delito monstruoso. El sistema es lo que tiene, que no soporta a quienes pretenden salirse de él, y menos, como en este caso, a los que lo pretenden con toda la razón del mundo.

Siendo en nuestro país la enseñanza obligatoria hasta los dieciséis años, es natural que el Estado vele por el cumplimiento de esa ley, pero lo que no se entiende es esa persecución de los que en modo alguno quieren conculcarla, sino todo lo contrario, pues su determinación de ofrecer a los hijos una enseñanza de gran calidad adaptada a sus capacidades e inclinaciones resulta admirable en una sociedad que percibe la escuela como una guardería de niños grandes o como el lugar que libera a los padres de la obligación primordial de instruir a sus hijos. Si esos padres que han pedido a la Administración que revise sus leyes represivas quieren que sus chicos aprendan en casa, no es, lógicamente, porque no deseen educarlos, sino porque quieren hacerlo bien y en libertad, evitándoles, eso sí, el aprendizaje de la porción de cosas chungas (competitividad extrema, indolencia, agresividad, consumismo, escaqueo...) que expende la escuela en su lamentable situación actual.

Educación gregaria o personal, industrial o artesana, tales son los términos del debate que debe liberar de la clandestinidad a esos padres ejemplares que no quieren que sus hijos madruguen para nada. Y me consta que los educados así, con ese amor, nunca apalearían a un perro, ni mucho menos se manifestarían, como en ese pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme, en contra de quien lo denuncia y a favor de quien lo hace.

*Periodista