Decido aliviarme el luto por la muerte de Carmina Ordóñez. Son demasiadas plañideras televisivas las que me han suplantado y desdibujado sus lenguas rosas, por un tinte negro para llorar el chollo que se les fue. Una muerta que no tendría de recuerdo ni un mes, si no fuera por su secretaria o el insigne bailaor Ernesto Neyra. Ante tanta inmortalidad... luto aliviado. Pero poco me dura el alivio, cuando y --como si fuera un mandato cojonudo de Bernarda Alba -- cierro risas y tapio dichas, ante los lloros de las víctimas del 11-M. Se han llevado el último suspiro de sus muertos en las medallas frías, aunque regias y mojadas por el llanto de la Soberana. Tanto la Divina, como las anónimas víctimas del atentado, están muertas y difuntas, pero con la única diferencia de que estas últimas descansan en paz, y la primera deberá de pasar el purgatorio de que la despellejen, aunque de su glamour y farras sólo queden las cenizas. Ni de eso la salvará su Virgen del Rocío. El mundo, aunque no queramos, es de los vivos, y si no, ahí tienen a Aznar, mandando cartas a la que fue su guardia pretoriana, no sea que le dejen solo ante el peligro. Aunque los calores me afecten, no entiendo porqué este revuelo por el lobby americano y los dos millones de dólares para reinventarnos a los españoles y reinventarse a él mismo en los EEUU. Lo que más me jode es --y después de haberlos gastado-- que Aznar no se haya hecho un lifting, o hubiera acudido a la clínica marbellí --Buchinger, creo--, donde va Carmen Sevilla, para que ofrezca a los gringos un tipito y un brillo de cara como el metal de la estopa que se compró. Las cosas bien hechas bien parecen, y la caridad bien entendida empieza por uno mismo. ¡Que se lo pregunten a la compañía de electricidad que desabastece a La Vera y, que qué morro, sigue mandando los recibos! Habría que preguntárselo a los novios de Plasencia (El Periódico del martes 27), cuando comprobaron cómo su enlace se derretía a ritmo de grados, y sus invitados o hacían striptease, o salían echando leches hacia cualquier hermosa garganta que se los tragase de frescor. Cosas del calor, que diría un psicoanalista. Y no es broma, que criminólogos avezados y masterizados en crímenes, avisen de que las altas temperaturas tienen más peligro que Urdaci en una noticia sobre ce, ce, o, o. Comprobado está, que los bochornos y calorinas afectan de manera asesina a las meninges y, por un quítame allá un metro de linde, te podrían desaparecer del sofoco por obra y milagro de un buen azadón, todas las tonterías de la testuz. A servidor, por lo único que le ha dado, es por las duchas frías y el aire gélido de mi aire. También, buscar brisas de ésas que te llegan en poquísimas ocasiones: verbigracia, Darío Fo. El caro maestro, que diría Jorge Márquez, trajo anoche el aire limpio y húmedo --pegado a la piel--, de un teatro que tiene al poder y a la sociedad como su más espléndido rival. Sus misterios bufos --religión y sátira--, sus magistrales textos de compromiso social, le llevaron a ser premio Nobel, siendo aparentemente sólo un cómico. Hace años, Paco Carrillo --entonces en Espectáculos Ibéricos-- me convenció para que, desde la sátira y la risa, desagraviáramos a Darío Fo, por el intento miserable, desde el Vaticano, para que la Academia Sueca se replantease y se le denegase el galardón ya concedido al dramaturgo italiano. En la Sala Bizcocho, Eduardo, Paco, Curro, Miguel, Ana Trinidad y servidor montamos la de Dios, para que Fo, fuera por siempre otro Dios. Mesas que se vaciaban, caretos que maldecían nuestras probables herejías, personas que aplaudían y reían. No era más que desde la ciudad --Mérida-- en donde se representaba teatro desde hacia 2000 años, se le hiciera la humilde justicia de unos humildes teatreros. Hoy recibe el premio Scaena, entre columnas y voces eternas que le serán familiares. Los que queremos a la escena, y a los que nos la hacen posible, le bebemos este aire fresco, en un verano con tantos efectos de calor. Felicidades, Maestro.

*Autor teatral