TLta gracia está en tratar lo efímero con tino. Lo sustancial, lo eterno, no necesita tratamiento, es inamovible. Por eso nos descolocan los agresores de lo intocable. El primero el Vaticano. Ya el Papa Woytila tuvo sus veleidades con el infierno y llegó a decir que no existía; lo redujo a un simple estado de ánimo, y se cargó media historia de la literatura y otra media de la religión.

Ahora este Papa lanza la máquina excavadora contra el Limbo y pretende también derribarlo, dejándonos el oído traspasado con el lloro inconsolable de los niños sin casa-cuna. Otras esencias también zozobran. La unidad de la patria en la Puerta del Sol o la deriva de los obispos en la vía pública solicitando el perdón de sus deudas y el pan nuestro de cada día; y claro, todo esto desorienta: no sabemos distinguir entre lo heroico y lo fanático, entre la moral y los intereses terrenales. Pulverizados así nuestros estratos arqueológicos, aparece como un latigazo la contingencia y la conciencia del engaño: hemos perdido el tiempo persiguiendo regiones utópicas y no hemos cumplido con el único deber del ser humano: la felicidad de lo efímero, quizás, también, el único y el último tren del paraíso.

*Licenciado en Filología