Jesús Eguiguren ha encontrado sentido a su vida de profesional de la política en su obsesión por la solución negociada del final de la violencia. Fue quien convenció al presidente del Gobierno de que la fruta estaba madura. Su persistencia le abre una vía de agua al lendakari López y al presidente José Luis Rodríguez Zapatero en el único tema que está de verdad enfocado con acierto: la lucha antiterrorista. Y le facilita munición a la irresponsabilidad de Mayor Oreja . Un patinazo en estos asuntos es letal para el Gobierno socialista.

La falta de información de Eguiguren y su voluntarismo irresponsable fueron notorios. Como Zapatero solo escucha lo que encaja con sus deseos, Eguiguren era un oráculo en Moncloa. Sus asesoramientos le llevaron a la famosa declaración de optimismo en vísperas del atentado de Barajas. El estaba reunido con Otegi cuando saltó la T-4.

El Gobierno no ha pagado precio por los errores crasos de aquella negociación gracias a Alfredo Pérez Rubalcaba con una magnífica eficacia policial. Y si no fuera por las dos víctimas de ETA en el aeropuerto madrileño, pudiéramos decir que gracias a que ETA rompió la tregua tenemos al alcance de la mano una solución de la violencia sin contrapartidas políticas. Eguiguren era partidario de darlas con generosidad.

El presidente del PSE está echándole un pulso al lendakari López y poniendo en peligro el pacto de estabilidad de su Gobierno. La obsesión de Eguiguren es que ETA no resulte humillada y que quienes la apoyan encuentren acomodo, con ayuda institucional, en la vida política. Y lo que el Estado de derecho necesita es lo contrario: la constatación definitiva de que los etarras nunca fueron gudaris, sino una banda de asesinos que institucionalizaron el crimen como forma de vida. Si la democracia consiente que los etarras vuelvan a sus pueblos como héroes gracias a los oficios de Eguiguren, en el mejor de los casos solo habremos conseguido que los hijos de estos asesinos o sus nietos vuelvan a matar hasta que otro Eguiguren les vuelva a dar una salida política. La pregunta sin respuesta es compleja: Eguiguren, ¿por qué no te callas?