Ni siquiera la invitación del presidente israelí, Shimon Peres, ha hecho apear del burro al primer ministro de Israel, Ehud Olmert , que ha prohibido la entrada al país del cantautor británico Cat Stevens, convertido al islam hace 30 años, y cuyo único objetivo era dar un concierto para cantarle a la paz. Un estado que se dice democrático no puede obrar así.