TEtn la vida social, existe una regla no escrita por la que cuanto mayor es el rango de la persona, más cuidadoso y prudente debe ser en su conducta pública, e incluso privada. Un ministro, sacándose mocos de la nariz durante una inauguración, o un presidente de gobierno, asistiendo con pantalón corto a una recepción, suele ser algo que no se produce. Asimismo, que los presidentes de gobierno sean vistos con samaritanas del amor, o que los jefes de Estado se emborrachen no es algo que merezca el aplauso de ese público que tanto les quiere y tanto les vota. Sin embargo, este rigor frente a los jerarcas se torna en una permisividad peligrosa frente a otros personajes, no menos admirados, esos deportistas o actores o cantantes o bailarines a los que los medios cantamos sus hazañas. Una modelo como Kate Moss , subió su caché tras ser fotografiada consumiendo cocaína. Un bailarín como Farruquito , que atropelló y dejó sin auxilio, y posiblemente por eso murió un pobre peatón, todo ello sin carné de conducir, sin seguro, y a una velocidad excesiva, sigue su carrera artística sin una reprobación. El actor George Depardieu conduce borracho en su moto, sin que baje su popularidad, y, el otro día, Zidane contestó a un insulto con un cabezazo, y se le ha declarado el mejor jugador del Mundial.

Si un alcalde hubiera hecho cualquiera de esas acciones habría dejado de serlo. Los jóvenes no se fijan en la conducta de los alcaldes, sino en la de los grandes ídolos del tenis, del fútbol, de la pantalla. Implícitamente estamos sancionando que si uno alcanza la popularidad se le permite todo. Y que lo que provocaría el escándalo ante los demás ciudadanos, su rechazo tradicional, se torna complacencia y olvido si es un personaje popular, y eso es consagrar el mal ejemplo.

*Periodista