Hace unos días tuvieron lugar en Miajadas las VI Jornadas de Literatura Infantil y Juvenil, coordinadas por el profesor José Soto, en su día docente en esta localidad y ahora en la universidad, junto a Ramón Tena y Enrique Barcia. Celebradas en el Palacio del Obispo Solís, hermoso edificio del siglo XVIII reconvertido en un elegante complejo cultural que alberga una buena biblioteca y sala de exposiciones, coincidían estas jornadas con el premio de pintura que el Grupo Laura Otero, empresa dedicada a la distribución de electricidad desde 1893, concede desde hace años. Fue una grata sorpresa encontrarnos trabajando en el complejo cultural a tres jóvenes graduadas en Magisterio, una del cercano Valdehornillos y las otras de Miajadas, empleadas nada más terminar sus estudios, lo que debería ser la norma pero es una rareza. Durante la semana bulliciosos grupos de estudiantes de los dos centros de secundaria debatieron, sin pelos en la lengua, con los poetas, novelistas e ilustradoras invitados. Se ve un pueblo con vida y abundante población joven, algo no tan común en nuestra provincia.

Con algo menos de diez mil habitantes, situada en la provincia de Cáceres pero más cercana por paisaje y quizás también por temperamento a la de Badajoz, Miajadas es un posible modelo para una prosperidad sostenible basada en nuestros recursos. Nombrada «capital europea del tomate» por méritos propios: el tomate Solís, conocido en toda España, se produce aquí desde hace más de medio siglo, en una fábrica que, comprada por Nestlé, es la mayor de tomate frito en el país y emplea a un centenar de personas. Hay otras tres fábricas recolectoras y transformadoras de tomate (Inpralsa, Tomix y Tomcoex) y junto a ella la fábrica Extremeña de Arroces, todo ello sustentado por un vigoroso entramado de cooperativas agrarias. Al contrario que otras localidades de la provincia, Miajadas mantiene una demografía estable y su reto debería ser que todos los adolescentes que ahora pueblan sus aulas pudieran, si lo desean, encontrar allí empleo. Un amigo opinaba el otro día que la producción extremeña solo puede basarse en delicatessen, pero las exquisiteces, por definición, se hacen en pequeña cantidad y, por tanto, dan empleo a poca gente. Quizás no estaría de más combinar los dos tipos de clientela. Hay pueblos como el palentino Aguilar de Campoo que, con las fábricas de Gullón y Fontaneda, vive de las galletas (mi amigo Iván, que se crió allí hasta que emigró a Villanueva, acabó por detestarlas), como Estepa vive de los polvorones y Jijona del turrón. Por desgracia, el turrón de Castuera solo es célebre en nuestra región y por precio no puede competir con las marcas blancas, lo cual debería hacer pensar a los de Rey o Dos Hermanos si no convendría diversificarse para ofrecer, junto al de mayor calidad, un producto más asequible. Lo mismo podría decirse respecto a tantos quesos exquisitos, o al boom disperso y de producción reducida de cervezas artesanas. Las posibilidades de expansión están ahí. En la vallisoletana Peñafiel, las Industrias Lácteas, que emplean a unas doscientas personas, producen el queso Flor de Esgueva que uno encuentra en abundancia en cualquier supermercado DIA, donde resulta frustrante preguntar si no tienen queso extremeño, del Casar o La Serena, y encontrarse con la resignada respuesta de que «teníamos antes, pero cambió la distribuidora».