TStuele decirse que, al proclamarse la Segunda República, esta tenía ante sí cuatro graves problemas: el problema religioso, el problema militar, el problema agrario y el problema regional. ¿Desde cuándo se había convertido en problema el mismo Ejército que había contribuido de forma decisiva a la instauración del régimen liberal en España?

Coinciden muchos historiadores en que solo a partir de 1923 --y con el preludio significativo de las Juntas de Defensa en 1917-- puede hablarse de una asunción del poder por el Ejército, aunque Carlos Seco matiza esta afirmación recordando que el Ejército ya intervino como estamento determinante el 3 de enero de 1874, cuando el general Pavía disolvió por la fuerza el Parlamento y puso así fin a la Primera República, y el 27 de diciembre del mismo año, cuando el general Martínez Campos se pronunció en Sagunto, y proclamó rey a Alfonso XII .

En cualquier caso, deben distinguirse dos etapas. En una primera, que abarca hasta la Segunda República, hablar de suplantación de la voluntad popular --de la soberanía nacional-- por el Ejército es excesivo, ya que la Restauración instauró un régimen oligárquico de ideología católica y estructura caciquil, cuya clave de bóveda era la institución monárquica, y en el que el Estado pertenecía --en palabras de Azaña -- a las familias acampadas sobre el país. La sociedad española, socialmente atrasada y económicamente subdesarrollada, no podía ejercer de forma efectiva los derechos ciudadanos reconocidos por la ley. En cambio, a partir de la proclamación de la Segunda República, la evolución de las estructuras socioeconómicas que tuvo lugar bajo el reinado de Alfonso XIII hizo posible la movilización política de las masas y la consecuente implantación de la democracia. Y fue entonces cuando se produjo la reacción contra la soberanía popular por parte de sectores sociales que habían perdido el usufructo exclusivo del poder y estaban enquistados en un ideario tradicionalista --anterior a la revolución liberal-- o habían sido seducidos por el espejismo fascista.

XESTOS SECTORESx, al perder en las urnas un poder que creían les pertenecía por derecho natural, retomaron el modelo isabelino de los pronunciamientos, captando la adhesión de parte del Ejército con el pretexto de la defensa de la unidad de la patria y de la religión católica. Los hitos de este proceso fueron la fracasada intentona del general Sanjurjo, en 1932, y la gran conspiración de 1936, pilotada en su etapa germinal por el general Mola y encabezada, cuando derivó en guerra civil, por el general Franco . Ahora bien, si hubo guerra fue precisamente porque el Ejército se dividió, de forma que buena parte de él --y de la Guardia Civil-- siguió fiel a la República.

Las guerras civiles son una tragedia, pero --como dijo el general De Gaulle -- lo peculiar en ellas es que "la paz no nace cuando la guerra termina". Así, en 1939 se instauró un régimen militarista --encarnado en el mito de un caudillo carismático--, que desencadenó una represión universal e ilimitada "por nadie resistida ni discutida", en palabras de Julián Marías . Y es que aquella parte del Ejército que había ganado la guerra no era más que la espina dorsal de los vencedores --"la columna vertebral de la patria", según la retórica al uso--, de modo que Vicente Cacho sostuvo con razón que los gobiernos de Franco fueron siempre gobiernos de coalición de las distintas derechas --falangistas, carlistas, católicos, tecnócratas, etcétera--, cuya participación estaba dosificada según las exigencias de cada momento.

Con la transición --se ha dicho-- España fue devuelta a todos los españoles y, en consecuencia, el Ejército dejó de ser la columna vertebral del Estado para convertirse en un brazo armado plenamente sometido al poder civil. Es cierto que hubo, al principio, un sector de las Fuerzas Armadas identificado con una pretendida tradición legitimada por la victoria militar, pero el lance grotesco del 23 de febrero lo precipitó en el descrédito. Este hecho facilitó la inteligente política militar desarrollada por Narcís Serra , que homologó al Ejército con los de los países democráticos de nuestro entorno y tradición, contando --todo hay que decirlo-- con la disciplina de la inmensa mayoría de los militares. La misma disciplina que reconoció en su día Azaña, sin abandonar su habitual tono desabrido.

El Ejército cumple hoy su función de forma impecable, participando en cuantas misiones internacionales le son encomendadas. Hace pocos meses, dio una conferencia el jefe del Alto Estado Mayor, general Félix Sanz Roldán . Ante un auditorio empresarial, dedicó parte de su exposición a hablar del Ejército como empresa, poniendo de relieve la magnitud de su actividad logística así como el buen funcionamiento de la cadena de mando gracias a la vigencia de algunas virtudes tradicionales del estamento militar. Al final de su intervención, al hablar de las misiones internacionales desempeñadas por las Fuerzas Armadas desde hace ya años, y tras referirse discretamente a algunos incidentes graves que han salpicado a contingentes de otros países, preguntó al auditorio: "¿Cuántas veces, a lo largo de todos estos años, han tenido ustedes que avergonzarse de nosotros?". El silencio fue la respuesta.

De estas Fuerzas Armadas se ha hecho cargo hace unos días, como ministra de Defensa, Carme Chacón . Su nombramiento ha sido objeto de una fuerte atención, incluso internacional, por razones anecdóticas que son explicables pero que obvian lo que es esencial: que este hecho constituye la prueba de una magnífica salud democrática.

*Notario.