Leer que la compañía Philips dejará de fabricar televisores ante la competencia de los fabricantes asiáticos fue algo parecido a encontrar en un cajón una fotografía de cuando uno era niño, una señal inequívoca del paso del tiempo, una prueba del cambio experimentado en el mundo en los últimos decenios. Y es que de las trece firmas con más peso global en el sector de la electrónica, nueve son de Asia; las empresas de acero y acero inoxidable con mayor producción mundial están en manos de capital asiático; el mayor fabricante de automóviles es japonés, y de los diez con más ventas, cinco son asiáticos; nueve de cada diez buques de gran tonelaje son hechos en astilleros de Corea del Sur, China y Japón; de las cuatro compañías más potentes de construcción de aviones, una es china y otra brasileña; el mayor banco del mundo también es chino. En definitiva, es evidente que el centro de gravedad del poder económico y político se desplaza cada vez a mayor velocidad en dirección al oriente. Estas transformaciones no son nada nuevo, pues nunca la supremacía fue algo perpetuo. ¿Mejor, peor? Simplemente, diferente. Una etapa más de la historia que recogerán las enciclopedias digitales del futuro.

Alejandro Prieto **

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