TEts ese que habita en los cajones de algunos despachos esperando lucir en la escenografía última de un político minutos antes de subir al podium. La textura del agua, algo que está pero no puedes explicar. El discurso no pronunciado es el que esconde la verdad maldita que nadie se atreve a verbalizar por miedo a represalias; es ese racimo de palabras encadenadas al himno político de turno que bulle en la mente de un romántico con destino a un auditorio estigmatizado por unas siglas; es un cúmulo de pulsiones noctámbulas que emerge persiguiendo sueños y acaba convertido en chatarra dialéctica cuando desemboca en el atril de un político. Así comienza el trabajo de muchos "negros", entre los que me encuentro, después de haber ejercido durante algunos años como escribiente de discursos o hacedora de parrafadas políticas que casi siempre se precipitaban por el desfiladero de la prosa poética. Imposible no sucumbir a mis ensoñaciones y proyectarlas calladamente, desde el oscuro vomitorio de un teatro o una carpa de feria donde siempre hay un grupito, alabado sea, que aprecia más la letra que la música.

Ahora no se nos llama "negros", el chorro de eufemismos para evitar herir susceptibilidades pasa por llamarnos, asesores de comunicación o jefes de prensa, entre otros, y les aseguro que es fascinante, un ejercicio de humildad sin límites, y un aprendizaje diario sobre la capacidad de uno mismo para ser otros muchos al mismo tiempo. Uno acaba escondido bajo capas y capas de personalidades diversas pero manteniendo intacta la médula espinal de su pensamiento. Hagan la prueba y verán que es una gozada. Es como ser ventrílocuo de un personaje público. Pones en su boca tus palabras, tu construcción mental sobre un acontecimiento, pones tu alma en el estómago de otra persona. En definitiva, acabas jugando a ser otro pero con tu propia forma de ser, con tus manías persecutorias y tus afectos. Por un momento vas a ser otro al que sin embargo quieres hacer pensar como lo harías tú. Y ahí está el punto más delicado en este juego de "negros" y "blancos", que tienes que hacer lo imposible por usar todos los "grises" para que no se vea el plumero y el muñeco al que mueves los hilos de su garganta no quede al descubierto.

El "negro" debe extraer la esencia del personaje al que pone voz, y créanme que a veces esta maniobra resulta de lo más intensa y sus consecuencias imprevisibles, porque en la mayoría de estas situaciones, sucede justo lo contrario. Es decir, que acabas impregnando de tu propia esencia al "muñeco" que tienes entre las manos. De ahí el discurso no pronunciado... Ese discurso que aún duerme en el cajón esperando el foco, el aplauso o el rechazo. Ese discurso que es fruto de controversia entre el que lo escribe y el que luego lo "canta". O sea: el discurso no pronunciado, el que se dobla entre montañas de papel timbrado para mejor ocasión. La textura del agua. Ese puñado de hojas sin grapa que aspiraba a arañar unas cuantas adhesiones a la causa y que ahora es material reciclable de oficina.

Confieso que me encanta escribir discursos, es más, disfrutaría haciéndole un par de ellos al señor Escobar de IU, sí porque es de esos hombres que no leen sino que siente y expresa con la mirada aquello que siente, vamos que se cree lo que dice y por tanto no necesita de un guión escrito. Sin embargo, a Pedro Escobar le hace falta una buena construcción semántica que apoye el grueso de sus ideas, un poco de sustancia calificativa y sobre todo coherencia argumental.

Esto es vital para un político, la coherencia en el hilo argumental de su película para ser creíble y salvaguardar el honor de su trayectoria. En todo caso, asesores tendrá IU que le ayuden a escribir "negro" sobre "blanco" como todo muñeco de este guiñol político que esta semana ha sido más guiñol que nunca, con sus huelgas y sus iras, sus furias y desahucios, sus mentiras y argumentarios...

De nada sirven pues, los discursos pronunciados o sometidos, cada cual lleva su hoja de ruta prendida a la solapa y según el color de la insignia nos dirigimos a un entramado de esquinas rabiosamente ibéricas donde vocear insultos ibéricos. Ahí vamos, a una trampa mortal... Los sindicatos con un discurso escrito al dictado de sus intereses, el Gobierno con el suyo, los indignados con pancartas y gritos, los piquetes armados con más que palabras, la policía callada y conteniendo las mareas humanas en rebeldía... Mil discursos... tantos como desgarros personales. Y aún más discursos, aquellos que por miedo o por vergüenza se quedan para siempre en los cajones de los perdedores.

*La autora es periodista